Total Pageviews

Saturday, July 30, 2011

Los jubanocubanos



Juba es la capital de Sudán del Sur, que se convirtió en república independiente el 7 de julio pasado, tras un largo periodo de transición como país autónomo durante el cual fue constantemente invadido y masacrado por sus vecinos musulmanes del norte de Sudán. Es oficialmente uno de los cinco países mas pobres del mundo y para colmo de males, la guerra civil tribálica campea por sus respetos en nueve de sus diez provincias.
Entre el miedo y la desesperanza que imperan en el destartalado y provinciano paisaje urbano se levanta el De Havana club, un pujante bar-restaurant en cuyo menú se destaca el puerco asado, se toma Cuba Libre,  se escucha a Los Van Van a todo volumen y, en un país con varios dialectos, cuyo idioma oficial y unificador es el inglés, se habla español. Entre sus dueños y asiduos, allí se reúnen mas cien repatriados que asistieron a escuelas en Cuba en los años ochenta. Se les conoce como los “jubanos cubanos.”
El Movimiento Popular de Liberación de Sudán que gobierna la nueva nación es de origen marxista y fue financiado en sus inicios por Libia, Uganda y la Etiopía de Mengistu. En medio de la guerra civil con el gobierno de Jartum, mas de 600 adolescentes, entre doce y catorce años, fueron enviados a Etiopía y de ahí, en barcos soviéticos, a Cuba. Estudiaron en Isla de Pinos y ya en los noventa, con la Unión Soviética desmembrada, el Muro de Berlín caído y Mengistu defenestrado y asilado en Zimbabwe, el gobierno cubano, no sabiendo qué hacer con tanto africano, se las arregló para, de alguna manera, zampar a la mayoría de ellos a Canadá. Allí, tras pasar las vicisitudes normales de todo exilado en un país capitalista, muchos de ellos, gracias a la ayuda de organizaciones no caritativas, pudieron terminar sus carreras de medicina, educación, contabilidad, derecho e ingeniería, graduándose en la Universidad de Calgary. Con estos títulos bajo el brazo han regresado a Juba en los últimos dos años para participar en la construcción del flamante país.
Parece que el shock cultural y meteorológico entre Nueva Gerona y Calgary fue mucho para estos corazones del desierto africano, pues en sus declaraciones apenas mientan la ayuda canadiense, pero se refieren con cariño a su experiencia cubana. 
Uno de los asiduos al club, el doctor Okony Simon Mori, médico de treinta y ocho años, dice con aparente ingenuidad: “Creo que Cuba es un lugar único y especial. Allí creen en quién tu eres y no de dónde vienes ni qué religión practicas, ni de qué color es tu piel. Lo único que les importa es tu bienestar y tu aptitud.¨ Y añade, equivocadamente, diría yo: “...Verdaderamente, nos trataron como a sus propios hijos.”
El dueño del club, el ingeniero Deng Aleer-Leek, otro jubanocubano, dice que decidió construir este lugar como un oasis para todos sus compañeros que estudiaron en Cuba. Muchos ahora hablan mal sus dialectos originales y ni sus madres los reconocieron al llegar. Los otros nativos, al verlos regresar, pensaban que estaban locos, pero los jubanocubanos piensan que ellos se beneficiaron al escapar de la experiencia de la guerra civil y que ahora es su obligación aplicar sus conocimientos a la construcción nacional.
A pesar de que el marxismo es aún la ideología prevaleciente tanto en el Movimiento Popular de Liberación de Sudán del Sur como entre los jubanocubanos, el financiamiento mas grande que reciben en la actualidad proviene de las organizaciones cristiano-fundamentalistas de la derecha mas extrema de los Estados Unidos.

Roberto Madrigal

Thursday, July 28, 2011

El regreso de Scheherazada

Jorge Posada

Escuché hablar de Miñuca Villaverde mucho antes de conocerla. Era La Habana de los años setenta, cuando sobrevivíamos de cualquier modo y éramos muy jóvenes y desdichados y burlones y felices, todo junto. Alguien que la conocía bien la mencionó en una conversación con un amigo en la que surgieron los nombres de los primeros artistas que se habían ido del ICAIC y que terminaron exiliándose. “Era una mujer encantadora, toda una leyenda en el mundo del cine cubano de esa época”, nos dijo. “Tenía algo de Juliette Greco y de aquel poeta francés que escribía sus poemas en papel de cigarrillos y después se los fumaba. Escribía breves poemas que luego lanzaba al Malecón para que no volvieran jamás y adoraba a Howard Hawks”.

Años después, cuando la conocí en Miami, ya hacía tiempo tenía una bien ganada fama como actriz, guionista, fotógrafa, cineasta y periodista. Desde el primer día me gustó lo que hablaba y cómo lo hablaba; sin pose alguna de intelectual de Montparnasse o del Village neoyorquino; esa mezcla feliz de cultura, inteligencia y simpatía; de conocer a fondo el cine de Jean-Luc Godard y un minuto más tarde soltar una palabrota en buen cubano; de opinar con sabiduría sobre una sinfonía de Mahler y explicar cómo cocinar unos gnocchis dignos de la más sabrosa trattoria de Italia. Era una mujer como cualquier otra y a la vez fascinante.

Tal vez ya no escribía breves poemas pero siempre había sido una creadora. A quien se parecía muchísimo era a Anna Karina; tenía ese aire extrañamente cálido de las musas que inspiraron a Modigliani, Hemingway y Dalí; y daba la impresión de ser eternamente transgresora. Con el tiempo empecé a preguntarme por qué Miñuca (que para entonces, como las princesas y las divas del cine, ya podía prescindir del apellido) no escribía narraciones, ella que tan bien sabía narrar los cuentos más divertidos; que sabía contar con gran ingenio un relato; que recordaba con pasmosa naturalidad anécdotas deliciosas. Lo que yo ignoraba era que Miñuca pensaba, hablaba, cocinaba, iba al cine, leía, escuchaba música pero también escribía en silencio. Sólo ahora sé que todo este tiempo de espera valió la pena porque estaba armándose de todos los recursos literarios para lo que iba a venir; Los días de la coleccionista, un volumen de relatos hecho sin prisas y que bulle de claras virtudes: gusto, oído despierto para los diálogos, buen ritmo narrativo.

Publicado en la Colección F&M, del portal lulu.com, es un libro tan lleno de alegrías grandes como de melancolía, con algo de engañosa magia. Tal vez es su aparente sencillez —y el hecho de que se puede leer de un golpe— o su prosa que no llega al laconismo pero tampoco tiene excesos retóricos: todo fluye con una facilidad única. Cuentos contemplativos que a su vez encierran una furia contenida y quedan en la mente del lector escritos con una prosa limpia, directa, funcional, llenos de una gracia implacable. Los distintos temas (el amor, la libertad, la cárcel, la memoria, las tentaciones) son abordados con una espontaneidad cargada de un humor de narradora que sabe manejar hábilmente los  personajes, situaciones y ambientes que logra recrear sin que las costuras del texto queden a la vista.

Hay un gusto intenso para usar las imágenes con mucha fuerza, pero también con grandes dosis de poesía, además de malicia y sátira. Montones de objetos como sortijas, velas, pantalones de montar, botas, enormes pañuelos de colores, revistas viejas, martillos, palanganas, elefanticos, postales viejas, fotos antiguas abundan en relatos como “El milagro de la silla”, “El día que oyó el nombre del comandante en el Vaticano” y “El viaje de novias” en los que uno vive esa sensación de inquietud, nerviosismo y temor que los convierte no en un medio para un fin sino en un fin en sí mismo.
Los relatos se desplazan por algunos de los paisajes más bellos de Europa —Catania, Roma, Taormina,  los Alpes, Palermo—, así como por México, Nueva York y Miami, y aparecen, en frecuente colisión, policías, músicos, arqueólogos, sirvientas alemanas, delincuentes negras, escritores y jóvenes extraviadas. Son personajes diversos que se suceden sin descanso a lo largo de todo el libro, un entrañable homenaje a todos los lugares donde ocurren los hechos.
Los días de la coleccionista es también una confesión, unas memorias eróticas elaboradas a sorbos, un recuento de viajes hechos por distintas partes del mundo. En muchos sentidos, es un libro lleno de recovecos que no hace falta corroborar: basta con que la autora lo diga para que uno crea que es verdad, sin más pruebas que la fuerza de su voz. Es el regreso de Scheherazada desde aquel mundo remoto y milenario en el que nada era imposible. Miñuca ha escrito un libro magnífico, se sigue pareciendo a Anna Karina y todavía sigue hablando.
Jorge Posada es escritor y traductor.

Thursday, July 21, 2011

Nuevos narradores rusos

La Fundación Pokolonie (Generación) creó, en el año 2000, el premio DEBUT para premiar a escritores rusos menores de 25 años. La editorial española La otra orilla, publica ahora una antología de cuentos de varios ganadores o finalistas de dicho premio bajo el titulo El segundo círculo. La selección de los textos estuvo a cargo de Yulia Dobrovolskaya, agente literaria y traductora, y de Ricardo San Vicente, traductor y especialista en literatura rusa.
El libro reúne nueve cuentos de seis escritores cuyas edades fluctúan entre los 35 y los 25 años, de estilos y temáticas muy diferentes y procedentes de todos los rincones de la federación rusa.
Alekséi Lukiánov (Solikmsk, región de los Urales, 1976), dos veces finalista del premio DEBUT y ganador del Premio Pushkin, abre la colección con su excelente relato largo Alta presión. De prosa sobria y con un nihilismo sardónico, cuenta los avatares de un grupo de ferroviarios que desarrolla una estratagema para largarse en grupo a Paris y escapar de la sordidez de sus vidas, solo para darse cuenta de que como todo el mundo se quiere ir, incluyendo a los burócratas provenientes del desaparecido imperio, el país se arreglará una vez que no quede nadie. A través de sus personajes picarescos, Lukiánov se las arregla para sintetizar brillantemente un panorama de la mentalidad rusa actual.
Demonios y ¡Salam, Dalgat! Son los dos cuentos de Gula Jiráchev, cuyo verdadero nombre es Alisa Ganieva (Gurub, Daguestán, 1985), ganadora del premio DEBUT 2009. Con sus tramas situadas en su provincia nativa, con un estilo costumbrista, Jiráchev trata la tensión entre el pasado y el presente, los conflictos regionales, el renacimiento de las ancestrales trifulcas religiosas por tantos años reprimidas pero no eliminadas y la pérdida de la apuesta por la modernidad en medio del vacío dejado por la antigua potencia dominante. Novias raptadas, tensiones no resueltas, caricaturas de mafias, fanatismo islámico y culto al dinero pasan por estas páginas como una amenaza cotidiana que atrapa a todos los personajes en diversa medida y no les permite realizarse. Su lenguaje es coloquial, lleno de referencias al idioma ávaro y su prosa es limpia y sencilla.
Introspectivos, excesivamente serios y autoconmiserativos, Azúcar en la sangre y Vencejos, son los cuentos que representan a Víctor Puchkov (Moscú 1985), ganador del premio DEBUT del año 2006. Estos son probablemente los más flojos del libro, aunque no dejan de tener su garra al presentarnos el punto de vista del perdedor físico y existencial, que habita su enfermedad y su miseria y las utiliza como prisma para comentar sobre lo que le rodea. La enfermedad como metáfora.
Los relatos más cortos, de menos de diez páginas, pertenecen a Polina Kliúkina (Perm, los Urales, 1986), finalista del premio DEBUT 2008. De corte lírico, pero con una prosa eficiente, sus cuentos tratan sobre el dilema existencial de individuos que acaban de recuperar su libertad y no saben qué hacer con ella. El argumento es breve pero no lineal y Kliúkina incluye la mayor cantidad de personajes posibles en el menor número de páginas.
A pesar de que asusta un poco su biografía, ya que dice que tiene “siete novelas publicadas y una docena de historias cortas” con menos de treinta años, Olga Onóiko (Moscú 1984), ganadora del premio DEBUT 2009 y del premio EuroCon del mismo año, presenta, con La casa tras el descampado, un interesante y bien escrito relato en el cual el pasado se presenta en el futuro a los personajes del presente, quienes ante un paisaje arquitectónico en constante movimiento, se aferran a las construcciones viejas y a los recuerdos.
Igor Savéliev (Ufá, Bakshiria, 1983) finalista del premio DEBUT 2004, está representado con su excelente relato largo La ciudad pálida. Relato de un autostopista, en el cual sus personajes recorren Rusia de un extremo a otro, viviendo al día y tratando de echar una mirada fresca a su realidad, intentando despojarse de sus atavismos culturales y buscando un individualismo implacable que los libere del fardo represor y les permita establecer relaciones personales, preferentemente pasajeras, que los ilumine con un humanismo naive.

La introducción está a cargo de Olga Slávnikova, directora del premio DEBUT y ganadora del premio Booker Ruso (que me entero que fue creado y auspiciado en gran parte con el entusiasmo y el dinero del actor británico Sir Michael Caine) con su novela 2017, traducida a varios idiomas. No entiendo por qué insiste que estos autores “...no han vivido la época soviética; como mucho, eran chiquillos cuando el poder soviético se derrumbó. Son gente nueva, escritores del todo nuevos. Están libres de la herencia soviética en todo sentido”. Lo cierto es que todo lo contrario, la sombra, el antecedente y los remanentes de la era soviética están presentes, de una manera u otra, en todos los cuentos.  No creo, por lo que leo, que ninguno de los autores esquiva esa herencia, la enfrentan para zafarse de ella o hacer con ella lo mejor posible, como algo inevitable con lo cual hay que lidiar y aceptar irremediablemente para salir adelante y echar ese peso muerto por la borda sin ignorar que es parte integral de su formación. Estos cuentos representan una literatura en las fisuras de la historia. Su valor trasciende las fronteras literarias y nos ayudan a entender la realidad rusa presente, vista a través de los ojos de las nuevas generaciones, que viven este cisma día a dia.

El segundo círculo. Selección de cuentos a cargo de Yulia Dobrovolskaya y Ricardo San Vicente. Autores:
Gula Jiráchev, Polina Kliúkina, Alekséi Lukianov, Olga Onóiko, Víctor Puchkov e Igor Savéliev. Editorial La otra orilla. Barcelona 2011.

Roberto Madrigal

Thursday, July 14, 2011

Una cultura de excesos y contrastes

El mundo de la economía y las finanzas está completamente dominado por megamonopolios intangibles, cuyos principales ejecutivos son una masa de burócratas incompetentes, interesados solamente en su bienestar inmediato y capaces de llevar a la ruina el sistema que les alimenta. Es un socialismo corporativo con fines de lucro y con una avaricia desenfrenada. Las crisis son cada vez mas grandes y de alcance global. El universo deportivo incrementa su enamoramiento con los fenómenos de la naturaleza. Los atletas son cada vez más excepcionales precisamente por la distancia cada vez mayor que los separa del común de los mortales. Son gigantescos, cada vez mas rápidos, cada vez mas fuertes. Ya no importa el conocimiento de las bases fundamentales de cada deporte, sino la aptitud física exagerada y desproporcionada. También son cada vez más millonarios. Es la era de la pituitaria desencadenada. Las películas son cada vez mas largas y mas llenas de efectos especiales que, en la mayoría de los casos, son inútiles o gratuitos. Con los libros ocurre algo parecido, las novelas mas alabadas y respetadas son las que tienen un número de páginas pantagruélico. Estatuas gigantescas y exposiciones interminables de multimedia comienzan a llenar los espacios públicos de las grandes ciudades. En una esquina de Cincinnati, una iglesia ubicada en un edificio inmenso que parece mas bien una fábrica de automóviles, tiene al frente una enorme pantalla que proclama: “Jesus is the Greatest Show on Earth”. Los partidos políticos se debaten, con el peor partisanismo posible, en un perenne galimatías que evita a toda costa resolver los problemas que nos enfrentan.
El reverso de la moneda es un niño de tres años en un inocente triciclo con un casco protector digno de Lance Armstrong, o una mujer que se hace una histerectomía a los 35 años para evitar un posible cáncer de útero, solamente porque tiene historia familiar de dicha enfermedad. Los ejemplos se multiplican y son, por supuesto, mas visibles en la cultura americana que en ninguna otra, no porque sea la que lo padece peor, sino porque es la mas expuesta y la que mas posibilidades ofrece, sobre todo en un mundo que en los últimos veinte años ha visto desmembrarse al antiguo imperio soviético, que ahora se encuentra en una lucha mortal por re-encontar su identidad político-cultural y a una endeble Unión Europea que parece deshacerse a cada minuto y que está al borde del colapso fiscal. Por otra parte, el islamismo ha sido raptado por sus corrientes mas extremas y sus fanáticos mas feroces. Las llamadas “potencias del futuro”, China y la India ofecen los contrastes mas grotescos. Hoy en día los rascacielos mas novedosos y los edificios de vivienda y de comercio mas modernos se erigen desafiantes en Shanghai y Bombay en un número mayor que en cualquier otra ciudad del mundo. Crecen vertiginosamente en la misma medida que a su lado se multiplican las casuchas de los desahuciados. La extrema pobreza y la extrema riqueza se miran cara a cara en estas ciudades que son representativas de lo mejor y lo peor de la globalización, aunque lo peor lleva todavía, con mucho, la voz cantante. Esto no es un gemido apocalíptico, es solamente una observación de lo obvio, de un problema mucho mas complejo, aunque con pocos matices, porque a pesar de todo, pienso que el mundo mejora cada día.
Cuba, por su parte, es el oasis del marasmo. Con la erosión fisiológica y anatómica del más excesivo de los dictadores que jamás hayan pisado suelo latinoamericano, que lo ha convertido en el personaje que le faltaba a La tremenda corte, los contrastes socio-económicos y la exagerada absurdidad vocacional se propagan como un virus indetenible. Enarbolan como solución un tentativo, limitado y vigilado ingreso al capitalismo incipiente de pequeños propietarios, que hace rato es un animal en extinción en todas partes del mundo. Sin embargo, desde afuera, los gigantes observan comedidos, con un suspiro paternalista, y algunos, hasta aplauden.

Roberto Madrigal

Friday, July 8, 2011

Apuntes distantes al discurso en la biblioteca

El 30 de junio se cumplieron cincuenta años de política cultural pautada por Fidel Castro en su discurso bautizado como Palabras a los intelectuales. No voy a ocuparme aquí de elaborar sobre el viejo y gastado sainete oficial, esta vez interpretado por las tristes figuras de Miguel Barnet, Nancy Morejón y Ambrosio Fornet, alabando agradecidos el camino abierto a sus respectivas obras, a pesar de que todos fueron víctimas temporales de esta política en un momento de sus carreras. No me interesa comentar el delirante ditirambo del neo-paleo-estalinista Fernando Rojas. Tampoco me ocuparé del penoso papel que le otorgaron a Norge Espinosa como seudo-semi-disidente menesteroso comentando que el discurso fue malinterpretado por algunos porque fue “ingenuamente leido”. Todos estos artículos y declaraciones aparecidos en la revista La Jiribilla no son más que los intentos de quienes pretenden mantener sus papeluchos afianzando los dos pies en un pantano.
Releyendo este mamotreto cincuenta años después del discurso, me llaman la atención dos aspectos que han sido poco o nada destacados en el tiempo transcurrido por los exégetas que lo han resumido, no sin justicia, por uno de sus párrafos: “Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución ningún derecho” (seguido por aplausos). Frase que resume los límites de la tolerancia cultural que el castrismo ha ejercido en este medio siglo con un número bien reducido de deslices.
En primer lugar, este discurso sienta las bases para desarrollar el protagonismo de los intelectuales cubanos. Castro pide que “...el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución”, proponiéndoles una participación directa en la epopeya, pidiéndoles papel de cronistas, convirtiéndoles en amautas fieles y premiando su sometimiento no solo con grandes tiradas a través de la entonces recién fundada Imprenta Nacional y la creación del Instituto de Cine, la reconstrucción del Ballet Nacional de Cuba y de la Orquesta Sinfónica (subrayando que esta última “no solamente ha alcanzado niveles elevados en el orden artístico, sino también en el orden revolucionario, porque hay ya 50 miembros en la Orquesta Sinfónica que son milicianos.”), sino además “garantizándole al artista no sólo las condiciones materiales adecuadas al presente, sino también la seguridad para el futuro”. Y más adelante, ofrece el Nirvana: “...organizar algún sitio de descanso y trabajo para los artistas y escritores...hacer un reparto o una aldea en un remanso de paz que invite a descansar, que invite a escribir...el Gobierno Revolucionario está dispuesto a poner de su parte los recursos en alguna parte del presupuesto...”. Por supuesto, se sabe que nada de esto es necesario para el desarrollo de la literatura y el arte, ni siquiera en un pequeño y joven país como Cuba. Nada más hay que ver la producción artística y literaria cubana en los cincuenta años que precedieron al castrismo, en medio de una sociedad que miraba la cultura con benevolencia despectiva e indiferencia general, y compararla con la producción de estos últimos cincuenta años, entendiendo además que las pocas obras destacadas fueron producidas mayormente por escritores y artistas formados antes de 1959 (e.g.: Cabrera Infante, Lezama Lima, Gutiérrez Alea, Raúl Martínez, Virgilio Piñera, Heberto Padilla, etc.). Pero en aquel momento, escritores y artistas miraron la oferta y descartaron el precio. A partir de aquí despegó con fuerza el mercenarismo protagónico de los escritores y artistas cubanos. En definitiva, hasta el censor, al otorgarle importancia, los convierte en objeto de adulación.
El segundo aspecto que ha pasado desapercibido es de orden psicológico. En este discurso, el joven de 35 años, dictador en ciernes, desliza espontáneamente sus contradicciones personales y los conflictos psicológicos que son parte fundamental de lo que formó su personalidad autoritaria. Al hablar de la pobreza cultural que predominaba en el país y lamentar los talentos perdidos por la pobreza, menciona el hecho de que fue un privilegiado social, particularmente cuando se compara con la población de Birán y sus alrededores, la emprende contra los colegios de curas que lo educaron y dice: “Yo tengo derecho a quejarme...fui formado por lo peor de la reacción y una buena parte de los años de mi vida se perdieron en el obscurantismo, en la superstición, y en la mentira. Era la época aquella en que no lo enseñaban a uno a pensar sino que lo obligaban a creer...Yo no tuve ninguna libertad de creencia ni de culto sino que me impusieron una creencia y culto y me estuvieron domesticando durante doce años.” Es increíble como expresa lo que fue su mecanismo de proyección psicológica. Ya desde el poder, eso fue precisamente lo que hizo él con el pueblo cubano, pero no sólo por doce años. Aquí nos revela claves psicológicas para entender su personal pasión por el totalitarismo. Invierte los términos interpretativos, ya que fue su educación lo que le permitió escalar socialmente y lo ubicó en el entorno político, y lo explica como sufrimiento, como ahogo de su personalidad. Es un descuido ahora impensable en un hombre dedicado al culto a la personalidad. Desde el principio Castro comenzó a deificar su imagen, para lo cual es imperativo eliminar todo vestigio de humanidad (más allá de su inevitable hermano menor, nunca hubo referencia a sus relaciones familiares, ni sus hijos ni su mujer aparecían en público, no ha sido sino hasta después que empezara a flaquear su salud y que su imagen totémica comenzó a desteñirse, que éstos han aparecido poco a poco en cargos públicos). En el inicio hay que convertirse en Verbo, el discurso por encima del ser, ya que el lenguaje del líder va a condicionar el pensamiento de sus seguidores y hasta de sus enemigos. El demonio, en definitiva, no era más que un ángel caido. Castro siempre ha acentuado su rol político, militar e ideológico, jamás ha mostrado sus atributos personales, éstos hay que adivinarlos a través de su ejecutoria como Comandante en Jefe, sin embargo, en este discurso abre una rendija y se confiesa como un Castro castrado. Este fragmento debiera ser mejor analizado por aquellos que se dedican a estos menesteres y releen estos manuscritos. No creo que yo vuelva a él.
Al final, se vuelve profético: “A lo que hay que temerle no es a ese supuesto juez autoritario, verdugo de la cultura, imaginario, que hemos elaborado aquí.¡Teman a otros jueces mucho más temibles, teman a los jueces de la posteridad, teman a las generaciones futuras que serán, al fin y al cabo, las encargadas de decir la última palabra!”. Las transcripción del discurso termina con: “(GRAN OVACION)”.

Roberto Madrigal

Friday, July 1, 2011

El árbol de la pomposidad

Cuando Pauline Kael hizo añicos, injustamente, en las páginas del New Yorker, su primer largometraje Badlands (1973), a Terrence Malick le dio un ataque de solemnidad en medio de su frustración. Kael además insistió que comparada con la producción de sus contemporáneos, Francis Ford Coppola, que ya para entonces había hecho la primera parte de The Godfather (1972), y Martin Scorsese, que ya contaba en su haber Mean Streets (1973), la obra de Malick podía considerarse menor. En realidad Badlands es una obra narrada en tono menor, pero es una película excelente, que ha vencido la prueba del tiempo y que se puede considerar entre la mejores películas americanas de su década.
Malick, una de los más prometedores jóvenes directores americanos de aquel momento en el cual se empezaba a tomar en serio el cine de autor en los Estados Unidos, demoró cinco años en hacer su próximo filme y ya para entonces adoptó la grandilocuencia como lenguaje cinematográfico. En Days of Heaven (1978), el tono es épico y se manejan elementos metafísicos, de manera nada sutil, mediante la inesperada aparición de una bíblica plaga de langostas. Aunque Néstor Almendros fue nominado cuatro veces al Oscar (Kramer vs. Kramer, Blue Lagoon y Sophie’s Choice fueron los otros tres), éste fue el filme por el cual ganó su única estatuilla. Fue un premio muy debatido, ya que se estimó entonces que lo debió compartir con Haskell Wexler, que se supone dirigió la fotografía en al menos la mitad de las escenas sustituyendo a Almendros, quien tuvo serios problemas de visión y llegó a pensar que se iba a quedar ciego.
En los próximos 30 años, Malick hizo solamente dos filmes, The Thin Red Line (1998) y The New World (2005), dos largas y fallidas epopeyas, pero su voluntario mutismo y su sostenida solemnidad, le ganaron el respeto de los críticos y directores, que lo consideraron como el último de los grandes auteurs del cine americano.
Su filme más reciente, The Tree of Life (2011), comienza definiéndose como una obra de tesis. Alguien susurra: “En la vida hay dos caminos, el de la naturaleza...y el de la gracia...”  Con esta seudosofisticada versión de Patria o muerte, ya se ve venir una trama llena de esquematismos a los cuales la trama se verá obligada a responder. La via de la naturaleza es brutal e inmisericorde, es la fuerza descontrolada que destruye lo que quiere edificar y la encarna el personaje de O’Brien (Brad Pitt), el paterfamilias ingeniero con una mujer, tres hijos y 27 patentes pendientes. Aunque a Malick se le olvida un poco definir la gracia, ésta la encarna el personaje de la madre (Jessica Chastain), que aguanta cuanto abuso comete su marido con todos los miembros de la familia y lidia con ello en momentos de callada soledad, dándose etéreos manguerazos de agua en el jardín de su casa, ignorando lo que le rodea.
Al principio la familia habita una hermosa mansión moderna y se enteran de la muerte de uno de los hijos (se supone, porque no es obvio) y la narración está a cargo de Jack, el hijo mayor ya adulto e interpretado por un susurrante y lánguidamente deprimido Sean Penn, que parece ser un hombre muy exitoso en su carrera, que se mueve entre edificios ultramodernos de estructuras frías y complicadas, en una ciudad no denominada pero que parece ser Houston o Austin. El entorno frío y moderno acentúa su languidez y la gravedad de sus interrogantes: “¿Hermano, dónde estás?...¿Dios, dónde estás?” y de aquí se pasa a una primera e interminable hora en la cual se mezclan bellas secuencias digitalizadas que recorren la historia de la evolución universal, que a veces parece un documental del canal Discovery, que incluyen imágenes que van desde el plancton, pasando por los dinosaurios  y los meteoritos y terminando con la vida presente, con el trasfondo de una banda sonora en la que se escucha una soprano incomprensible entonando el Requiem de Berlioz, que se intercala con imágenes excesivamente coreografiadas en las que Jessica Chastain posa en piruetas de ballerina abandonada y Sean Penn recorre triste y silencioso la pantalla, con la mirada pérdida en el horizonte.
La segunda hora transcurre en los años cincuenta, en Waco, Texas (supongo que la elección de Waco tenga alguna relación sobrenatural con la torpe matanza alli cometida por la fiscal general Janet Reno contra David Koresh y sus fanáticos seguidores), y aquí vemos el origen y evolución de la vida con minúscula, el desarrollo que ha llevado a Jack a ser lo que es (aunque no se sabe exactamente lo que es). La infancia con un padre frustrado y perfeccionista, que se realiza los domingos tocando el órgano en la iglesia) mientras el resto de la semana ama y odia con igual pasión a su mujer y sus hijos. Un bipolar de librito si los hay. En esta segunda hora, que es una película completamente diferente, Malick retorna a todas las virtudes artísticas que exhibió en Badlands. Hay una subyacente y estremecedora violencia que aterra y atrapa sin evidenciarse en la imagen. La actuación del debutante Hunter McCracken como Jack niño es extraordinaria y Jessica Chastain resplandece sin las poses coreografiadas, como una seductora y sensual belleza intangible. La familia se mueve en un mundo de clase media semi-rural (por lo cual el padre debe haber conseguido vender una patente para llegar a vivir como se ven al principio, pero esto se insinúa y queda en el aire), con todas las represiones a los cuales esa clase social se somete en un pequeño pueblo tejano. En esta sección la narrativa fluye novedosa e imaginativa, pero como esto es un filme de tesis, Malick vuelve a sus andanzas metafísicas en los últimos quince minutos, que se convierten en un vacuo ejercicio de pomposidad.
Con baches narrativos en el guión, con una excelente fotografía de Emmanuel Lubezki y con actuaciones eficientes, la falta de humor, las ínfulas de grandiosidad y la puerilidad de sus cuestionamientos filosóficos hacen de éste un filme insoportable, que es aun mas lastrado por la condescendencia explicativa de Malick, que no se permite ser sutil. Sin embargo, quizá por su aura de autor comprometido con sus temas, que se resiste a las tentaciones comerciales de Hollywood, Malick y su árbol de la pomposidad, que el día de su estreno en Cannes fueron recibidos con igual número de aplausos que de abucheos, fueron galardonados con la Palma de Oro, premio máximo del Festival de Cannes de 2011.

The Tree of Life (USA 2011). Dirigida y escrita por: Terrence Malick. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Con: Brad Pitt, Jessica Chastain, Hunter McCracken y Sean Penn. Se estrena en estos momentos en todas las ciudades de los Estados Unidos.

Roberto Madrigal