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Saturday, September 17, 2011

Encuentros episódicos con un cineasta maldito

Creo que fue a finales de 1971 cuando conocí a Glauber Rocha. No puedo estar seguro de la fecha exacta porque cuando uno vive y disfruta el instante no piensa en la posteridad.
Por aquella época era el buque insignia no sólo del Cinema Novo brasileño, sino de todo el cine latinoamericano. Reverenciado en los círculos vanguardistas de Europa y Estados Unidos, elogiado al extremo por Godard, Pasolini y Antonioni, aclamado en las páginas de Cahiers du Cinema y de Cineaste y premiado en los festivales de Cannes y Locarno. Su cine era estéticamente innovador, pero cargado de un contenido político e ideológico de extrema izquierda. En Cuba habíamos visto ya para entonces Barravento, Dios y el diablo en la tierra del sol, Tierra en trance y Antonio das Mortes, este último fue el filme que dividió nuestras opiniones sobre Rocha. Para unos demasiado godardiano, para otros demasiado comercial, para otros un verdadero logro artístico sin precedentes y para otros, algo incomprensible y gratuitamente tedioso.
Ya un amigo que lo había conocido azarosamente unos días antes me había hablado de su accesibilidad. Esta era su primera visita a Cuba y lo extraño era que, dadas sus inclinaciones ideológicas, no hubiera ido antes. Fue a la salida de la cinemateca, después de haber visto La madre, de Pudovkin, parte de un ciclo de cine soviético de los años 20, cuando nos cruzamos en el lobby. Tal y como me lo había descrito mi amigo, vestía una camisa blanca de mangas cortas desabotanda casi hasta el ombligo y un par de jeans gastados. El pelo rizado, abundante y al estilo afro, o, como siempre lo llamábamos: spectrum. La sesión no estuvo muy concurrida y lo identifiqué verbalmente. Era un riesgo, pues “contacto con extranjeros” era considerado un delito y yo no me fijé quién andaba por los alrededores. Yo tenía una situación bien precaria en la escuela de Psicología y cualquier pequeño faux pas podía significar mi expulsión definitiva (ya lo había sido provisionalmente). Pero no me importaba. Hacía rato que había quemado mis naves. Inmediatamente se involucró en un diálogo caluroso. Se sorprendió de mi interés por ese tipo de cine y tras hablar un rato bajo la marquesina de la cinemateca, cruzamos hacia el Loipa, a sentarnos en una mesa y seguir descargando de cine. Era un tipo repleto de convicciones estéticas e ideológicas pero a la vez capaz de escuchar atentamente las opiniones de un mocoso ignorante como yo. Lo cual no queria decir que mis opiniones le hicieran ninguna mella. No creo que hubiera dos seres más distantes ideológicamente. Me contó el proyecto que lo había llevado a Cuba. Se había enfrasacdo en el montaje de un documental sobre la influencia africana en la cultura brasileña, pero en su investigación descubrió las similaridades entre esas influencias en Brasil y en Cuba y habia decidido expandir su proyecto. Hablaba entusiasmado del apoyo que le habían dado Alfredo Guevara y Tomás Gutiérrez Alea y se encontraba fascinado con las religiones afrocubanas. Me dijo, mas bien me exigió, que no me podia perder Tierra, de Dovzhenko, que se pondría a la semana siguiente y nos despedimos.
Nos volvimos a encontrar a la salida de Tierra y no podía creer que no me había gustado. Fuimos a comer algo a La Pelota, donde intentó convencerme de las bondades del filme y asi hablamos por un par de horas. Nos vimos después a la salida de Huelga, de Eisenstein y de ahi fuimos a la piloto de 23 y 16, donde se sacó del bolsillo de lo que yo sospechaba que era la misma camisa que vestía en cada ocasión, un pito de marihuana y me preguntó si quería. Yo nunca he fumado pero además ahi sí que, asustado, le dije que en ese lugar eso sólo nos podía traer problemas, sobre todo a mi. Guardó el cigarro y seguimos conversando, cartón de cerveza por medio. Se rió muchísimo cuando le comenté que a Los días del agua, la peliculita de Manuel Octavio Gómez, la habiamos rebautizado como Antoñica das Mortes por las obvias influencias que eran casi plagios formales. Seguía entusiasmado con su proyecto de documental. Me dijo que tenía que ir a Londres para editar unos materiales pertinentes a éste. Lo vi unos meses después a la salida de una proyección de La Terra Trema, de Visconti (recuerdo las películas, pero no los meses). El ánimo le habia cambiado. Nos sentamos a comer pizza en Cinecitá (ahora que lo pienso, todos nuestros encuentros tuvieron al cementerio de Colón como testigo). Estaba furioso, desencantado y harto de los funcionarios del ICAIC. Me contó que a medida que se metía mas en investigar las religiones afrocubanas, mas obstáculos le imponían a su trabajo, sobre todo Guevara y Julio Garcia Espinosa. Me dijo pestes de Gutiérrez Alea, por quien se sentia traicionado. Finalmente me dijo que se tenía que ir y que el ICAIC le habia prohibido que se llevara una cantidad de materiales bastante grande que consideraba imprescindible para su proyecto. Nos despedimos después de mas de tres horas de charla. No lo vi mas.
Su proyecto nunca se completó. Gran parte de sus ideas al respecto se reflejaron en Historia del Brasil y mas tarde en su último filme, Las edades de la tierra. Supe mucho despues que sufrió un giro ideológico tajante. Se enemistó con Godard y con Pasolini por sus posiciones politicas y llegó a decir que los militares brasileños, sobre todo el general Geisel, eran la verdadera esperanza de su país. Perdió el apoyo financiero de la izquierda y nunca consiguió el de la derecha. Murió en 1981, a los 42 años de edad. En esos cuatro encuentros aprendí de cine como nunca antes ni despues.
Curiosamente, al buscar datos en la internet para escribir este texto, me tropecé con una nota aparecida en Le Monde, el 28 de agosto de 2011, en el cual se anuncia la publicación en Cuba de un “pequeño libro” escrito por Jaime Sarusky (Premio Nacional de Literatura de 2004) sobre la estancia en Cuba de Rocha de 1971 a 1972. La nota habla de su obsesión con el proyecto de documental del cual Rocha me habló y añade: “Confiado en su amistad con Alfredo Guevara...Glauber esperaba encontrar el apoyo necesario en La Habana, ya que copmpartía, o creía compartir, las posiciones de la revolución cubana...esta etapa habanera estuvo repleta de malentendidos que Sarusky...atribuye a las diferencias de personalidad entre el brasileño y los cubanos...” pero añade la nota que: “La explicación debe encontrarse en la incompatibilidad entre la efervescencia de las ideas de Glauber y una sociedad y unas instituciones fijadas en la ideología y la autocensura...”. Al continuar buscando en la red, veo que en La Jiribilla fechada el 30 de julio de 2011 hay una presentación del librito, que me entero es una novela y que se titula Glauber en La Habana, hecha por Reinaldo González, llena de galimatías para evitar decir algo controversial. Parece que Sarusky, que ahora se ha dedicado a la arqueologia cultural, escribiendo textos sobre los suecos en Cuba, el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y Pablo Menéndez (mas conocido como “el hijo de Barbara Dane”), ha decidido rescribir un pequeño capitulo de la historia cubana para evitar que algún día la verdad salga a flote. No creo que mi curiosidad me lleve a leer el librito.

Glauber Rocha (Vitoria da Conquista, Brasil, 1939- Rio de Janeiro, Brasil 1981). Filmografía: Patio (1959), cortometraje; Cruz na Praca (1959), cortometraje; Barravento (1961), largometraje; Dios y el diablo en la tierra del sol (1964), largometraje; Amazonas (1965), cortometraje; Maranhao 66 (1966), cortometraje; Tierra en trance (1967), largometraje;  1968 (1968), cortometraje; El dragón de maldad contra el santo guerrero o Antonio das Mortes (1969), largometraje; Cabezas cortadas (1970), largometraje; El león de siete cabezas (1970), largometraje; Cáncer (1972), largometraje; Historia del Brasil (1974) largometraje; Las armas y el pueblo (1975), largometraje; Claro (1975), largometraje; Di-Glauber Rocha y Di Cavalcanti (1977), cortometraje; Jorjomado no Cinema (1977), largometraje; Las edades de la tierra (1980), largometraje.

Roberto Madrigal

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