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Thursday, September 5, 2013

Razón de estado

 

Los escritores cubanos tenemos el extraño privilegio de ser en la actualidad los únicos que sufren una división entre si que no tiene nada que ver con la geografía o el mérito literario y sí todo que ver con la política y la ideología. Compartimos el cisma por varias décadas, como solidarias víctimas del totalitarismo, con los miembros del antiguo bloque soviético, pero el muro de Berlín se cayó,  la Unión Soviética desapareció y para el resto la vida tomó un curso diferente, aunque Kundera aún vegeta por París y Mrozek acaba de morir en Niza. Para ellos, y algunos otros, es ya muy tarde para el regreso.

Para los escritores cubanos del exilio, el debate acerca de publicar o no en la isla es todavía un tema polarizador, que lleva a muchos a la enemistad. Es una reacción que hasta cierto punto parece condicionada por las pautas trazadas por las autoridades culturales de la isla. La división de la literatura cubana en dos orillas es falsa, es una creación del ministerio de cultura cubano. La única diferencia (o diferencias) es que mientras los de aquí pueden publicar sin temor a la persecución política, pero alejados de su público natural, los de allá se ven forzados a vadear los meandros de la siempre cambiante, pero siempre esencialmente represora política cultural de un gobierno que entiende la cultura como una razón de estado.

Cuando en 1982, junto con Manuel Ballagas, comencé a editar la revista Término, estaba muy claro en cuanto a quién no iba a publicar en ella. No iba a ceder las pocas páginas de nuestra publicación a ninguna figura literaria que fuera oficial y ampliamente publicada en la isla. No era temor al sesgo ideológico, ni a la calidad literaria ni nada por el estilo, era que decidimos que nuestra revista iba a ofrecer una oportunidad de publicar su obra a aquellos que no tuvieron la posibilidad de hacerlo en la isla, a los que se les fue negado un espacio editorial por razones políticas e ideológicas. Los recursos que habíamos logrado reunir iban a servir para dar a conocer la obra de lo que entonces llamamos la “generación del silencio”. Inclusive, con dos poemas de Nicolás Lara inauguramos una sección titulada Escrito en Cuba, dedicada a publicar la obra de quienes eran censurados allá y se atrevían a enviarnos colaboraciones.

Luego de haber publicado cuatro números, recibimos, en 1983, una carta de la Biblioteca Nacional  “José Martí”, proponiéndonos un intercambio. Inmediatamente lo aceptamos y en el editorial del Volumen II, Número 5 de la revista escribí: “Recientemente recibimos una carta de la Biblioteca Nacional de Cuba en la cual se nos propone un canje de publicaciones. Extraño reconocimiento a nuestra existencia y curiosa proposición. Nosotros accedimos y nos preguntamos si esto significa que TERMINO será accesible a los lectores de la isla en la misma forma que se puede disponer de las revistas literarias oficiales del país. Retamos a los burócaratas de Cuba a consignar públicamente el recibo de nuestra revista y a permitir que sea leida por quien lo desee sin temor a represalias. TERMINO se enviará sin falta a La Habana, toca a ellos reconsiderar su posición”.

Era una época en que el ninguneo de todo lo que produjera el exilio era la política oficial y a través de los amigos que andaban por allá, mediante la difícil comunicación que por entonces existía con la isla, no pudimos constatar la accesibilidad de la revista, que se encontraba no solo en la biblioteca antes mencionada, sino también en la de la Casa de las Américas.  Debo decir que aunque hace muchos años que no se publica la revista, estuve recibiendo números de las revistas UNION y Casa, hasta hace poco. Sin embargo, nuestros números fueron estudiados por los rectores culturales. En 1996, a través de la editorial Término, edité una recopilación de ensayos aparecidos en la revista que incluía trabajos míos, de Manuel Ballagas, de Reinaldo García Ramos y de Roberto Valero. En un trabajo publicado en un número de abril de 2002 de la revista La Jiribilla, titulado “La otra identidad…”, Norberto Codina cita unas frases de mi prólogo como ejemplo del sector literario intolerante del exilio.

En una entrevista reciente que se le hizo para Oncubamagazine.com, el escritor y guionista Arturo Arango, al ser cuestionado sobre la publicación en Cuba de autores cubanos exiliados da una buena muestra de agudeza, de efugio y de lo que es la nueva política cultural. Destaca las dificultades investigativas de la ensayística insular con respecto a lo que se puede hacer afuera, sobre todo en los Estados Unidos, reza un rosario de problemas técnicos por los cuales se dificulta publicar allá a los de acá, se lamenta del aislamiento de la literatura cubana, propone que se debe conocer más a los escritores que residen en la isla pero publican en el extranjero y expresa la dificultad de publicar a escritores que son agresivos con la revolución y que se niegan a que su obra se edite en la isla. Demoniza a Cabrera Infante y justifica a Carlos Victoria.  Al primero lo pinta como víctima de sus propios intereses y de su trayectoria política, al segundo como víctima injusta de represiones y ataques que tuvieron lugar en un momento ya superado.

No hay dudas de que el ojo del censor está agotado y a lo mejor nublado por las cataratas. Es cierto que ya se permite en Cuba decir cosas que antes eran impensables. El tiempo no pasa por gusto. Los cambios del sistema son ajustes a nuevas realidades contra las cuales no pueden luchar. El mito se ha desteñido, los sistemas de comunicación son diferentes y el control de la información es cada día más difícil. Las nuevas generaciones tienen otras exigencias, otras metas. Pero lo que no ha cambiado es la visión de la cultura como una razón de estado, como parte del interés nacional, lo que implica ver la disidencia y la diferencia como un acto de agresión.  Hay que pedir permiso a una entidad cultural innombrable, pero todos sabemos quién es. En cualquier país del mundo publicar a un escritor que viva en el país o no, es una decisión editorial, que en muchos casos se hace en base a consideraciones financieras. La caja contadora es más importante que la opinión del censor. Publicar a alguien puede provocar enemistades, críticas personales, pero nunca una sanción política.

En Cuba se mantiene, en esencia, un sistema que necesita de la regulación estatal, regida por los principios del partido dominante y único, para no solamente decidir a quién publicar, sino para permitir el libre tránsito de libros. Nada, a no ser limitaciones financieras,  debiera impedir la creación de un sistema de bibliotecas independientes, de una red de librerías con posibilidades de acceso y distribución a lo que publican los cubanos en cualquier parte del mundo, a sostener encuentros y debates públicos entre escritores de diversas afiliaciones políticas, sin necesidad del visto bueno del gobierno.

Por supuesto, para que esto ocurra, cambios verdaderamente trascendentales deben ocurrir. La decisión de aceptar publicar en una editorial cubana, oficialista por definición, es un problema individual que queda a la conciencia de cada cual. Para mi está claro, mientras la cultura siga siendo una razón de estado, publicar en una editorial cubana es prestarse a la manipulación política que solo beneficia a los guardianes del orden y muy poco a la literatura.

Roberto Madrigal

3 comments:

  1. ¡Muy interesante, Roberto! Y de pronto se me ocurre ¿por qué no resucitar Término?

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  2. Muy buen texto. Me gustaría consultar ejemplares de Término. ¿Están en formato digital sus números? Saludos.
    Michael H. M.

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  3. No hace mucho, yo publiqué en Cuba. No lo hice en ninguna editorial o revista propiedad del Estado cubano, sino en una publicación digital e impresa surgida de la disidencia, y que se titula Voces. La dirigen Orlando Luis Pardo Lazo y Yoani Sánchez, que han publicado ya más de una decena de ediciones, creo. Orlando me pidió colaboración y luego publicaron un relato mío, después un fragmento de mi novela Pájaro de cuenta. También una copia facsímil de mi sentencia a prisión. Otros escritores de acá han publicado en Voces. Me vienen a la mente Belkis Cuza Malé y Fernando Villaverde. Ninguno de nosotros tuvo que hacer reverencias ni genuflexiones; tampoco visitar Cuba. Ni arrepentirnos de algo o explicar nada. Así se hace cuando las cosas se hacen con libertad.

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