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Thursday, November 28, 2013

En busca de dólar perdido



Hace ya unos meses que el doctor Antonio Castro Soto del Valle viene repitiendo su letanía de modificar las circunstancias del deporte “amateur” cubano  para unirse a la corriente por donde va el resto del mundo. Pero cuando el doctor Castro habla de deportes en realidad se refiere al béisbol.

Cuba ha tenido históricamente una gran facilidad para producir boxeadores, atletas de campo y pista y peloteros. Después del castrismo se han producido muchos equipos en una gran variedad de deportes que han alcanzado una alta calidad competitivoa a nivel olímpico, entre ellos el volibol y el polo acuático, pero no han creado una base de participación masiva ni de interés nacional que justifique continuar gastando el dinero en ellos. Lo único novedoso que se ha desarrollado consistentemente después de 1959, y que mantiene un alto nivel de juego en la arena mundial, es el ajedrez.

Pero el ajedrez, el boxeo y el campo y pista son deportes individuales en los cuales solo un pequeño grupo de participantes llega a hacer grandes cantidades de dinero y eso, mayormente, a través de patrocinios de compañías publicitarias y fabricantes de efectos deportivos. Es muy difícil, para una entidad centralizada, recaudar y controlar esas ganancias. Implicaría la existencia de una infraestructura tributaria que no está presente en la isla.

Los cuatro deportes que generan la mayor cantidad de capital para los atletas, en el mundo entero, son el soccer (o fútbol), el baloncesto, el fútbol (o fútbol americano) y el béisbol. De los tres primeros, Cuba no produce materia prima de valor.

Castro, hijo del dictador, cirujano ortopédico al parecer interesado en medicina deportiva, se ha hecho cargo de su deporte favorito, el béisbol y ha quedado como niño sin juguete, ya que la antigua gloria que traían los triunfos de los equipos cubanos en competencias internacionales, con los nuevos arreglos de las organizaciones deportivas internacionales, que permiten jugar a los profesionales, se ha ido desvaneciendo a paso agigantado en la última década. Por otra parte, el flujo de peloteros que abandonan la isla de forma ilegal, para saltar al profesionalismo en los estados Unidos, es cada vez más mayor, y los contratos millonarios son cada vez más cuantiosos y frecuentes. Por otra parte, el triunfo de los peloteros cubanos en los equipos de Grandes Ligas, le duele al doctor Castro, y si está consciente aún, a su padre. El Duque, Liván, Chapman, Puig, Céspedes y ahora Abreu se han convertido en estrellas multimillonarias que no le reportan ningún beneficio económico al gobierno cubano, Perdido el supuesto honor deportivo que tanto han pavoneado por años, ahora intentan beneficiarse de los logros financieros de estos atletas a quienes ellos mismo prohibieron ganarse la vida. Como no pueden controlar sus carreras, intentan controlar sus capitales.

Aunqe muchos de estos atletas se juegan la vida al intentar llegar a las costas americanas, hace mucho rato que el negocio ha comenzado. Muchas de estas fugas son planeadas con el callado beneplácito de las altas esferas del deporte en la isla y grandes cantidades de dinero se pagan de antemano para asegurar la salida de muchos de estos atletas. Gran parte de ese dinero pasa a las arcas de la clase dominante. Ahora quieren extender el negocio y aumentar los ingresos.

Castro Soto del Valle también busca  atraer a la isla un deporte de millonarios: el golf. Aparentemente es un aficionado bastante diestro en un deporte cuyos campos de juego se convritieron en tierras baldías después que la revolución subió al poder. Un deporte muy alejado de las posibilidades del cubano de a pie.

No quieren permitir que el béisbol siga formando parte de la bancarrota ideológica y lo quieren apear del carro del triunfalismo (que ya no camina), para subirlo al de la economía. Me imagino que el anciano Castro ya apenas debe tener aliento, pues si cobra energía y nueva consciencia, no soportaría ver lo que ha quedado del deporte que fue la joya de su feudo ni querrá vivir para observar lo que se le avecina.

 
Roberto Madrigal

Thursday, November 21, 2013

Otro refrito



Debido a que una lesión en el cuello me impide pasar mucho tiempo en el teclado, voy a aprovechar para publicar de nuevo un artículo que salió en este blog hace dos años y el cual quizá mucho de los nuevos visitantes no conocen

Tras la sombra de Bobby Fischer

Porque eso fue lo que quedó de él. Del niño prodigio que a los doce años ganó el campeonato de ajedrez de los Estados Unidos, a los quince se convirtió en candidato al campeonato mundial y a los veintinueve se coronó campeón mundial; del innovador de quien Kaspárov dijo que “fue el asesino del tablero...el genio solitario que desafió a la formidable Escuela Soviética de Ajedrez...y ganó...quien modernizó todos los aspectos del antiguo juego...” no quedó mas que la sombra delirante de un loco que rabioso despotricaba contra los judíos y el gobierno americano...y contra cualquiera que tuviese una opinión distinta a la suya. La vida de Bobby Fischer se lee como una de las historias mas tristes de los últimos sesenta años.
Lo vi en La Habana, durante las olimpíadas de ajedrez, en 1966, cuando abierta o secretamente todos seguíamos cada uno de sus movimientos ante el tablero, deseando que hiciera trizas al equipo soviético y se alzara con el oro. Por las noches, varias veces lo vi salir de El Escondite de Hernando, donde se emborrachaba solitario, a tres o cuatro mesas del otro campeón, Mijail Tal, quien desde su puesto lo invitaba en vano a compartir las jineteras que lo rodeaban. Serpenteaba Rampa arriba, con el desequilibrio típico del intoxicado, de regreso a su habitación en el Habana Libre. Sus bamboleantes pasos eran seguidos a cierta distancia por dos atentos compañeros de la seguridad del estado, quienes aseguraban que nadie se le acercara. Nunca eran los mismos. No sé si Fischer se daba cuenta, pero es probable que tampoco le importaba. Este espectáculo se repetía casi todas las noches y al día siguiente trituraba a su rival de turno.
La figura de Fischer y todo lo que representó tuvo una enorme influencia en casi todos mis amigos y enemigos, principalmente en quienes con mas o menos destreza jugamos o fuimos aficionados al ajedrez.
Sin ninguna preparación, con muy pocas excusas y quizá como parte de un proyecto personal, en el año 2006 decidí ir a Islandia a intentar encontrar al recluso Fischer y de ser posible, entrevistarlo. Desde que llegué, sabiendo que sólo tenía seis dias a mis disposición, me puse a la tarea de establecer contactos. Llamé al club de ajedrez de Reikiavik, que entonces no tenía local fijo, pero tras demorarse dos días en contestar, me dijeron que no sabían nada de él y que Fischer jamás había asistido a sus reuniones y torneos.
Deambulando por Laugavegur, la arteria principal de la capital, tropecé con un café llamado Babalú. Como el nombre despertó mi curiosidad, entré a ver si de paso obtenía alguna información. El dependiente era un pintor francés que se encontraba disfrutando de una beca del gobierno islandés y con mucha cordialidad me dijo que él tenía idea de dónde vivía Fischer y que lo iba a confirmar con un amigo. También me dijo que los dueños del Babalú eran un finés y su esposa cubana, pero que no vivían en Islandia.
Esa noche entré en el Tapas Bar dispuesto a consumir unos aperitivos pero el español dueño del lugar, se negó a servirme aduciendo de que todo estaba reservado (a pesar de no haber un alma en el lugar por lo relativamente temprano de la hora). Insistí en al menos sentarme en una banqueta del bar, pero de nuevo, a través de su maitre d’ y a pesar de estar parado frente a mi, dijo que no  podía ser porque mucha gente estaba al llegar. Empecé a pensar que a lo mejor tenía algo que ver con mi interés por Fischer. A todos a quienes preguntaba, lo primero que me respondían era que “ha hecho declaraciones muy antisemitas”. Di unas cuantas vueltas y unas horas mas tarde me dirigí al Kaffibarinn, el bar mas popular de Reikiavik, propiedad del director de cine Balthazar Kormakur y donde cada noche se reune el tout Reikiavik. Entre actores conocidos y desconocidos, artistas plásticos, disc jockeys y cantantes, me encontré, por supuesto, al pintor francés, quien para mi sorpresa me había conseguido las direcciones para llegar al apartamento de Fischer. Un poco mas tarde, en medio del gentío, conocí a un ex agente de la Mossad que trabajaba como experto en seguridad para los bancos islandeses (asi se me presentó y asi decía su tarjeta). Entre tragos y descargas me dijo que mas o menos sabía donde vivia Fischer y me dio unas direcciones casi  idénticas a las que me había dado el pintor francés.

Al día siguiente, titubeante, fui hacia la zona. Pasé por la libreria de viejos que me habían dicho frecuentaba y hablé con el dueño, quien muy amable me dijo que hacía como tres semanas que no lo veía. Llegué frente al edificio que estoy casi seguro era donde vivía Fischer acompañado de su mujer japonesa, pero para entrar se requería un código, los buzones de los apartamentos no tenían nombres y yo no sabía cuál era el suyo. Di unas vueltas alrededor del edificio, que está situado en una colina a unas cuadras al oeste del centro mismo de la ciudad y que tiene una vista impresionante del Monte Esja, que se encuentra al otro lado del fiordo. Nadie entró, nadie salió y al cabo de un rato decidí irme.
Continué intentando establecer otros contactos, pero nada resultaba. Ya en mi último día en Islandia, frustrado, porque había pensado que en un país tan pequeño (el día de mi llegada había nacido el habitante número trescientos mil) localizar a Fischer debía ser fácil, fui al restaurant Sjavarkjallarin, que en su menú tenía “Reno estilo cubano”, pero como no tenía reservación no pude entrar. Me dirigí entonces al Museo Saga, en donde se encuentran las tablas y manuscritos de las sagas islandesas, tan citadas por Borges. A la salida, decidí probar suerte con la ancianita que trabajaba en la recepción del museo, quien con mucha cortesía me dijo que ella había oido que él iba mucho al Grand Rokk, un bar a un par de cuadras del museo. Escéptico me dirigí hacia allá. Cuando entré, el bar me pareció un antro en el cual ya, mucho antes de las tres de la tarde, estaba la barra repleta de rastreros gigantescos con aspecto de vikingos, vestidos con chaquetas y pantalones de cuero, luciendo tatuajes y enarbolando cervezas, amenazadoramente ebrios. Me dirigí al cantinero y le pregunté si sabía algo de Fischer. Era un tipo muy jovial que me dijo que en efecto, éste iba por alli, pero que hacía como dos semanas que no lo veía, que hacía poco habian venido unos ajedrecistas holandeses y no lo habían podido ver. Pedí una cerveza, sin creerle mucho, pero cuando me viré, me di cuenta que al otro lado del salón había varias mesas con tableros de ajedrez. Me acerqué con curiosidad y vi las paredes llenas de pizarrones anunciando eventos culturales, masajistas a domicilio, torneos de ajedrez, funciones de cine alternativo, eventos universitarios y lecturas de poemas. Un hombre ajado y obviamente borracho, me convidó a jugar una partida, pero le dije que no. En ese mismo instante me di cuenta que había perdido mi tiempo buscando en todos los sitios equivocados, que este era el lugar ideal en el cual la sombra de Fischer buscaría refugio, rodeado de contradicciones humanas, lejos del ambiente en el cual se le conocía como un genio, junto a quienes lo tratarían sin darle mucha importancia, quizá como el ser humano que quiso pero que nunca pudo ser. Pensé que ese hubiera sido también el marco ideal para un match entre Fischer y otro “genio malogrado”, el amigo Benjamín Ferrera, muerto en su exilio mejicano años atrás, otro caso de antagonista sin brújula, poeta y jugador de ajedrez, alcohólico sin par.
Me fui de Reikiavik sin ver a Fischer, pero con un mejor entendimiento de lo que fueron sus últimos días. Bobby Fischer murió dieciocho meses despues de mi visita, antes de cumplir los 65 años y sin jugar públicamente ninguna otra partida de ajedrez.

Roberto Madrigal

Thursday, November 14, 2013

Lisa y la leyenda del periodismo objetivo


Al cumplirse los cincuenta años del asesinato de Kennedy, se han reciclado muchos artículos interesantes, se ha vuelto a despertar el interés por la participación de Cuba en el suceso, se han desclasificado algunos nuevos documentos y se han regurgitado las teorías sobre las más disímiles conspiraciones. Pero de todos los personajes que se han vuelto a mencionar, la figura más enigmática es la de Lisa Howard, quien a pesar de mencionarse en diversos análisis y trabajos, de forma bien conspicua, parece siempre pasar desapercibida y nadie parece querer hurgar en los misterios que desaparecen en su estela.
Dorothy Jean Guggenheim nació el 24 de abril de 1930 en Cambridge, un pueblo que hoy en día cuenta con doce mil habitantes y mucho lumpenproletariado rural, situado en medio de las colinas que se alzan en la parte del centro-este del estado de Ohio, apenas a una hora de la frontera con la pequeña ciudad de Wheeling, en Virginia del Oeste. La ciudad grande que más cerca le queda es Columbus, a unas setenta millas, que a pesar de ser la capital del estado, como área metropolitana es insignificante. En medio de la belleza de su paisaje, la ciudad se hunde (no se puede decir que se alza) en su asolado y nunca próspero pasado industrial. Al cumplir dieciocho años, Dorothy terminó la segunda enseñanza y se fue de su pueblo. Reapareció en Los Angeles con el nombre de Lisa Howard. Resulta curioso que en su sitio de internet, Cambridge presenta al final una lista de sus ciudadanos más destacados, entre los cuales sobresale el senador y astronauta John Glenn (el chiste que se cuenta es que estaba tan desesperado por irse de Cambridge que se hizo astronauta), junto a una serie de mediocridades, mayormente atletas de segunda fila, no aparece referida Lisa Howard.
Tras actuar brevemente en el teatro, conoció y se casó con Felix Feist, un director del montón, debutando como actriz secundaria en dos de sus películas, en una de ellas (Guilty of Treason, 1950), haciendo el papel de una militar soviética. De ahí salto a trabajar en los novelones de televisión, principalmente en As the World Turns. La revista People le dio el título de “La Primera Dama del pecado”. Con su carrera estancada, se mudó a Nueva York, donde participó en un par de obras de Off-Broadway. De ahí pasó a trabajar como reportera en la radio y como por arte de magia se convirtió en la primera persona en entrevistar a Nikita Jruschov durante la visita de este a las Naciones Unidas en 1960. Dicen que lo logró entrando en la misión soviética disfrazada de koljosiana y que se unió a la fila de la delegación y tomó a Jruschov de la mano, le pidió una entrevista, y este entre sorprendido y admirado, se la concedió. De una forma similar, cuentan, consiguió una primicia con John Kennedy, cuando este era aún candidato a la presidencia.
Se casó con Walter Lowendahl, un productor de cine, y luego, dada su reciente reputación, ABC la contrató y le dio un pequeño espacio en los noticieros del mediodía, en donde entrevistó a Adlai Stevenson, al doctor Benjamin Spock y a varios cosmonautas soviéticos, a quienes acorraló con su camarógrafo durante una vista al planetario Haydn. Inmediatamente fue promovida y se convirtió en la primera mujer en ser presentadora de noticias en la televisión americana. Antes de Barbara Walters y Diane Sawyer, existió, aunque hoy poco se habla de ella, Lisa Howard. También, antes de Barbara Walters y Diane Sawyer, Lisa fue la primera en entrevistar a Fidel Castro. Es aquí donde me pregunto dónde empieza la política, dónde la intriga y dónde el periodismo objetivo.
Para conseguir su entrevista con Castro se valió de sus contactos con diversos embajadores asentados en La Habana, entre ellos el soviético y según dicen las historias, quien finalmente le consiguió la entrevista fue el embajador de Ghana. Tras su entrevista con Castro, pasó mensajes de apaciguamiento de este al presidente Kennedy, antes de que el periodista francés Jean Daniel cumpliera una misión similar. Fue la encargada de poner en contacto al entonces embajador en Guinea, William Attwood, con el delegado cubano a la ONU, Carlos Lechuga, para que mantuvieran reuniones secretas respecto a la posible normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Para estos propósitos Howard también contó con la ayuda del comandante René Vallejo como intermediario.
En marzo de 1964 consiguió una entrevista con el Che Guevara, que puede verse en You Tube.  Es una entrevista en la que el tono es de confrontación y si a alguien le queda alguna duda de la clase de sanguijuela política que era Guevara, debe escucharla con atención. En ella, este dice que “siempre supe que Fidel no era comunista, pero era un buen candidato para convertirse en uno”. Añade que el “bloqueo ha sacado a relucir lo mejor de los cubanos” y repite la tesis, entonces popular y hoy anatemizada, de que fueron los americanos los que impulsaron a Cuba a hacerse comunista.
Howard participó activamente en el Lexington Democratic Club, una organización aún en existencia que se dedica a influir en la postulación de candidatos demócratas en la ciudad de Nueva York.  Como parte de estas actividades, mientras era la reportera destacada de ABC, participó en reuniones secretas con Aldous Huxley y Timothy Leary para avanzar la investigación sobre el ácido lisérgico con vistas a su legalización.
Era entonces un período político dominado por el partisanismo y el divisionismo. Estaban los republicanos de Goldwater, como ahora los republicanos del Tea Party, y el resto de los republicanos, y por el otro lado los demócratas de Kennedy, como hoy los demócratas de Clinton, y el resto de los demócratas. No puede olvidarse que Kennedy derrotó a Nixon en unas elecciones tan reñidas y disputadas como en las que casi un cuarto de siglo más tarde Bush derrotó a Gore.
Howard y su grupo se pusieron de parte de Johnson y se enfrentaron a Robert Kennedy, a quien consideraban un traidor, un autoritario y un oportunista y junto a un grupo del cual también formaban parte Gore Vidal y Paul Newman, apoyaron al candidato republicano para el senado de Nueva York. Aquí al parecer ABC “se enteró” convenientemente de la politización de Howard y la despidieron en 1965.
Tras perder un embarazo, conocer del asesinato de una amiga que participaba con ella en las reuniones sobre el ácido lisérgico, y con su carrera en quiebra, el 4 de julio de 1965, a los 35 años, Lisa Howard murió de una sobredosis de barbitúricos tras falsificar una receta. Felix Feist moría de cáncer tres meses después.
Quizá lo más interesante de la historia de Howard, a quien todavía rodea una aureola de misterio, es el papel de las maniobras políticas en las decisiones editoriales de las grandes cadenas de información. Eso es muy pertinente hoy en día, cuando los noticieros ya no imparten noticias, sino opiniones, en un momento en el cual es fácil escoger a quien escuchar, la Fox si se es de derechas, y MSNBC si se es de izquierdas. Si uno está indeciso, CNN, con su vaivén inseguro, le puede servir de guía. Es importante mantenerse alerta en cuanto a la información que filtran estas opiniones parcializadas y que pueden afectar la decisión de muchos ciudadanos en un proceso electoral.
Por otra parte, la breve vida de Dorothy Guggenheim, que sin ningún tipo de credenciales conocidas ni de estudios superiores salió de un pueblo de campo olvidado de Dios para llegar a la cima del periodismo americano y encontrarse en el medio de las intrigas políticas más importantes de su época, no solamente es fascinante de por sí, sino por esa especie de vago ninguneo que sigue sufriendo.


Roberto Madrigal

Thursday, November 7, 2013

Del filósofo al fetiche



Con perspicacia profética, aunque probablemente no estaba consciente de ello entonces, el propio Marx comenzó su panfleto El manifiesto comunista, lapidando el futuro de la utopía que iba a desarrollar en las páginas siguientes al escribir: “Un fantasma se cierne sobre Europa…es el fantasma del comunismo”. En su más reciente texto, El comunista manifiesto, con la ventaja de mirar desde 160 años más tarde, el ensayista cubano Iván de la Nuez no pierde la oportunidad de comenzar parodiando el título al invertir su estructura gramatical, sino que ya desde la primera página se apresura a aclarar que: “…únicamente después del derribo del Muro de Berlín es cuando el comunismo se convierte en un fantasma que recorre Europa; el espectro de un mundo muerto que insiste, con ardides muy dispares, en tirar de los pies a los que le han sobrevivido”.
Marx comienza a compartir con Jesucristo, no solamente el hecho de ser dos de los cuatro judíos que han modelado el pensamiento occidental moderno (siendo los otros dos Freud y Einstein junto con el anglicano Darwin), sino el hecho de comenzar a padecer un via crucis y una suerte de resurrección. Ambos crearon una visión del devenir que derivó en instituciones que ocuparon un poder absoluto por largo tiempo y cuyos discípulos libraron cruentas guerras y fueron responsables de grandes genocidios. Ambos fueron revolucionarios fallidos que posteriormente han sido objetos de veneración fanática y vilipendio cruel. Han reaparecido como objetos de consumo en estampitas, artículos de vestir, lemas proselitistas y espectáculos comerciales. Del calvario marxista se ocupa de la Nuez en su obra.
En la primera de las tres partes del libro, titulada “El fantasma”, el autor se centra en la reaparición del marxismo y el comunismo, una vez despojados del poder total (excepto, por supuesto, en países como Cuba, Corea del Norte, Viet Nam y China), como “un comunismo de baja intensidad que no dispone…de un baluarte estatal en el que fijar su modelo y su meta”. Los fundadores de futuro han acabado como un pasado innombrable. Pero es obvio que nada viste mejor a un tratado ideológico que pasar a la oposición, así puede esconder sus defectos, o lo que se le achaca como defectos. De la Nuez apunta que los “actuales usos comunistas parecen devolver la incómoda palabra a su semántica primigenia…crear comunidad”, al decir de Blanchot. Incluso los neocomunistas como Zizek, a quien cita de la Nuez, repiten en público: “No somos comunistas”. En este regreso se inscribe el Eastern, concepto con el cual el ensayista explica el regreso del fantasma como estética, asentándose en esta época en el que “los países excomunistas pasan a convertirse en un paisaje –entre pintoresco y terrible- cada vez más familiar para la cultura de Occidente. Así los artistas del antiguo bloque del este son reconocidos por los museos del oeste, se redescubren escritores como Grossman y hasta se retira de su embalsamamiento a la figura de Marta Kubisova. Surgen grupos como los amantes de los Trabant y el blog Muñequitos rusos.
El Eastern no es la Ostalgia, la cual de la Nuez no teme definir como “nostalgia por el comunismo”. También apunta a la reaparición del panfleto, que yo añadiría que se puede observar como prolifera en la academia y en la crítica de cine, así como en obras que se ufanan de su contenido mientras transitan por caminos estéticos demasiado recorridos. Ese exceso de contenidismo que abunda hoy hasta en la cultura popular.
En “La sombra”, la segunda parte del libro, el autor se ocupa de la conversión de Marx y el comunismo, en fetiche. Aquí abundan los ejemplos específicos de apropiaciones estéticas, algo más ligado al espíritu comunal del comunismo, y de la Nuez repasa textos y obras de Groys, Limónov, Kundera, Joan Fontcuberta y muchos otros. Impresiona la agilidad con que el autor maneja las innumerables referencias intertextuales esquivando el aspecto plúmbeo que asoma en casi todas las obras que se llenan de citas eruditas para ocultar la opinión propia del autor. De la Nuez no teme lanzar opiniones sin necesidad de fundamentación detallada. Expone y tienta.
Hace muchos años, a fines de la década del setenta, mi gran amigo, el tempranamente difunto Everardo Llanes, unos años mayor que yo, a una edad en que la diferencia cuenta, y con toda una rica experiencia vital (que él llamaba la ‘proteína histórica’, por haber vivido más años que yo bajo el régimen anterior a Castro) muy superior a la mia, no cesaba de repetirme un poco monsergoso: “El capitalismo es inderrotable, porque es capaz de absorber a su enemigo y convertirlo en mercancía y en fetiche” y me llenaba de ejemplos de las revueltas del 68. Yo entonces vivía en el país más remoto del mundo, Cuba, y no me daba cuenta bien de ello. No fue hasta un tiempo después, a mediados de los ochenta y con Everardo ya muerto por mano propia (debido a las humillaciones que le hicieron sufrir en Cuba), que vi con asombro un anuncio a todo color y a toda página, en la revista Vanity Fair, de relojes de mi odiada marca Poljot. La inservible producción relojera soviética había sido convertida en kitsch utilizable, fetiche para consumo de las élites gliteratti. Este es un aspecto que no escapa a la observación aguda de El comunista manifiesto. La revolución proletaria al servicio del oropel.
En la última parte, “El cuerpo”, de la Nuez se remonta a la encarnación del marxismo. Expone que fue en Stalin donde la teoría se hizo práctica viva y con ello se convirtió en la fundamentación de una maquinaria de matar, pero como Stalin y sus seguidores (y sin sonrojos el autor incluye a Castro, a Mao y a Kim Il Sung) iban matando canallas con su cañón de futuro, la izquierda occidental se lo justificó. Ahora, minimizada su presencia en el poder, con las guerras religiosas como centro de las trifulcas internacionales, la nueva izquierda puede reaparecer agazapada en las aulas universitarias y en el trasfondo de las protestas de los indignados. El autor también aborda otras teorías como las del “fin de la historia” y las tesis de Robert Kaplan.
Iván de la Nuez es un provocador con un extraordinario dominio del lenguaje. Su prosa mezcla lírica con narrativa y es capaz de manejar citas y referencias con un desenfado inusual en los ensayistas de hoy. No es meramente un hilvanador de frases felices, que lo es, sino un escritor y un ensayista en el mejor espíritu de Montaigne. Expone sus reflexiones sin espetar conclusiones determinantes, dejando espacio abierto para la discusión. No es necesario estar de acuerdo con lo que dice para disfrutar y apreciar su estilo y la amenidad con la que expresa ideas profundas. Puede hacer la transición de Borges a Aurora Jácome sin que su párrafo pestañee. Hace que todas sus citas, calamburs y juegos de palabras se revistan de una profundidad que se entiende cuando se meditan sin provocar el bostezo. Va de la referencia y la intertextualidad informada, a la anécdota ilustrativa, sin transiciones pedantes. Este es además uno de sus libros más confesionales. Al final de la primera parte aventura posibles interpretaciones a su texto e innecesariamente se defiende por anticipado. Expresa su creencia en que la caída del Muro abra la oportunidad de una alternativa. Que el mundo no se vea obligado a optar por una u otra opción y que el criticar a una no implique defender la otra, que la política es muy importante para dejarla en manos de los políticos. Esa es la utopía por la que apuesta.
Resulta muy interesante su capacidad de incorporar el tema cubano en el discurso global. Aunque los toca de paso, me parece que hubiera sido necesario en este libro ahondar en la influencia de los movimientos de finales de los sesenta en los sucesos de hoy, el papel de la contracultura en el discurso de los disidentes y en establecer una comparación entre la mercantilización del comunismo y lo imposible que ha resultado hacer lo mismo con el nazismo, horrores comparables. No obstante queda claro el branding de Carlos Marx, que reaparece, quizá refunfuñando desde el más allá, en tarjetas de crédito, marcas de blue-jeans, obras de teatro, películas, libros y accesorios de moda. No sé si es la historia, su dios definitivo, que toma venganza y se burla de él. A su presencia actual le podría servir como epitafio la letra de una canción de Jay-Z, en la cual refiriéndose a sí mismo dice, mostrando el valor de una coma: “I’m not a businessman/ I am a business, man!”.

El comunista manifiesto. Iván de la Nuez. Galaxia Gutemberg. Círculo de Lectores. Barcelona 2013. 174 páginas. A la venta en Amazon y Barnes and Noble, asi como en muchos otros sitios de la red.


Roberto Madrigal