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Sunday, May 4, 2014

De obituarios y oportunistas


 
Cada vez que muere algún artista o intelectual famoso, centenares de otros artistas o intelectuales, menos famosos,  parecen sentirse en la obligación de emitir opiniones al respecto.  Por lo general, son colegas gremiales de mucha menor estatura que los cadáveres, en algunos casos, simples arribistas.  Esto se extrema en el caso cubano, en el cual arte y política parecen obligadas a andar tomadas de la mano.

No me refiero a quienes expresan sus opiniones en las redes sociales. Estos no solamente ejercen un legítimo derecho, sino que para eso se han hecho Facebook y Twitter (entre otros), para que quien quiera pueda escuchar la voz de cada cual, sin importar el nivel de oscuridad de la fuente, y al que no le guste, que se desconecte.

Hablo de quienes se suben a plataformas en la prensa plana, en los blogs y en la prensa electrónica para espetar sus ditirambos y diatribas que nadie ha solicitado. Eso estuviera bien si dijeran algo interesante sobre los muertos que velan, pero por lo general, aparte de unos pocos, la inmensa mayoría se limita a repetir lo que todos ya sabíamos en vida de los finados.

En estos días, con las muertes de García Márquez y de Juan Formell, los cubanólogos, los intelectuales anodinos y los diletantes con causa, de ambos lados del espectro político, unos por encargo, otros por vanidad personal y otros por un sentido equivocado de la honestidad intelectual, se han disparado a alabar, criticar y hasta a perdonarle la muerte (que no la vida), a los mencionados personajes, quienes parecen ser reducidos al único punto que tienen en común: su execrable apoyo público al gobierno de Fidel Castro.

Estos repetidores de viejas consignas y de lemas gastados, son capaces de simplificar hasta lo obvio. Odian (o aman) al artista y su obra por sus posiciones políticas, odian (o aman) las posiciones políticas por la personalidad y la obra del artista. Reducen todo a un solo rasero y echan a un lado la gran cantidad de matices que colorean las complejidades del fenómeno artístico y del fenómeno humano. Simplifican a nivel pueril para así apoyarse cómodamente sobre la ya desfigurada figura del occiso.

En realidad, no hay porque preocuparse mucho. Es cierto que si el hombre es el “zoom politikon”, cada opinión se puede juzgar como una opinión política y asimismo, cada obra debe estar permeada por la visión política del autor. También es cierto que si las víctimas olvidan cometen un delito y se convierten en cómplices. Pero afortunadamente, muchas palabras se las lleva el viento. El daño que hicieron ya es irreparable, señalarlo a la hora de la muerte es llover sobre mojado, además, los muertos no se pueden defender. La obra es otra cosa, eso sí queda y será más o menos efímera en la medida del impacto cultural que tuvo en su momento.

Recuerdo que a principios de 1990, Camilo José Cela, recién galardonado con el premio Nobel, visitaba Miami como parte de las actividades del extinto premio Letras de Oro. Un hispanófilo asustado le preguntó sobrecogido su opinión sobre el spanglish y su posible efecto devastador en el idioma español. Sin alterarse, Cela le respondió que no tenía que preocuparse, si era algo útil y de valor, se quedaría, si no, pasaría al olvido. Casi un cuarto de siglo después el spanglish sigue siendo un lenguaje se segunda, un medio de transición entre culturas que no representa ninguna amenaza al español. Dejen morir a los muertos, que ya no tienen futuro. De la obra, el tiempo se encargará de rescatar lo perdurable.

 
Roberto Madrigal

1 comment:

  1. http://enrisco.blogspot.com/2014/05/formell.html

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