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Thursday, July 30, 2015

Y el despertador sonó en Toronto


Hace rato que se venía venir, pero parece que fue ahora, después de los recientemente finalizados Juegos Panamericanos de Toronto, que la prensa y la oficialidad de la isla se enteraron de que el deporte en Cuba dista mucho de ser lo que era hace un lustro.

Ya la pelota, el sempiterno buque insignia, venía fallando en los últimos años. Quizá pensaron que se debía al indetenible éxodo de los últimos años de los mejores peloteros cubanos hacia las Grandes Ligas. No solamente perdían con equipos profesionales americanos compuestos de estrellas de las ligas menores, sino con Japón, Corea del Sur y hasta Holanda, que cuenta con apenas algunos jugadores profesionales de sus colonias antillanas. Ahora también son vencidos por selecciones mediocres de universitarios americanos. Pero todo ello se lo explicaban con eso que deben llamar “robo de brazos y de bates”.

Para cualquier país latinoamericano, conquistar un total de 97 medallas, 36 de ellas de oro y quedar en cuarto lugar, detrás de los tres países más desarrollados económicamente del continente, por encima de un gigante como México, constituiría un motivo de satisfacción. Pero esta es la peor actuación de Cuba desde 1975 (esto es con respecto a las medallas de oro, ya que en Cali en 1971, obtuvieron un total de 105 medallas). Se habían acostumbrado al segundo lugar, solamente superados por los Estados Unidos.

Desde que tomó el poder en 1959, Fidel Castro se dedicó a rediseñar la industria deportiva cubana. Acabó con la estructura existente antes de ese año, en la cual coexistían ligas profesionales y amateurs en una variedad limitada de deportes, pero principalmente en la pelota y el boxeo, en los cuales Cuba siempre fue una potencia mundial. Dos deportes con enorme arraigo popular. En el ámbito de las Américas, el atletismo y el baloncesto, fueron dos deportes en los cuales Cuba despuntaba en la década del 50 y que tenían cierta popularidad en la isla.

Castro decidió levantar un edificio con pocos cimientos, apoyado mayormente en una desaforada inyección de recursos materiales de todo tipo. No desarrolló la participación deportiva, sino que desarrolló equipos. Cuba llegó a ser una potencia mundial en volibol y en polo acuático, dos deportes sin ninguna popularidad en la isla. Pero esos logros también se convertían en el opio de las masas.

Para sostener esos equipos contaba con el hecho de que los atletas se encontraban entre los primeros privilegiados de su gobierno. Llegar a formar parte de un equipo nacional no solamente posibilitaba tener una mejor alimentación, sino además poder viajar para comprar los bienes de consumo necesarios para sobrevivir y vivir mejor que el resto de la población. Aquellos que tenían cualidades atléticas participaban en cualquier deporte, aunque no les interesara, con tal de pertenecer a un equipo nacional y gozar de sus prebendas.

Quizá algunos atletas además pensaban que representaban a su país, tenían cierto orgullo en representar a “la patria”. La realidad es que representaban al gobierno. Formaban parte de una maquinaria propagandística dedicada a exaltar las virtudes del sistema socialista y a alimentar la megalomanía del Comandante en Jefe, soberano rector de los deportes, que hasta llegó a dirigir a larga distancia los cambios de lanzadores y las alineaciones de los equipos de pelota que participaban en eventos internacionales. El infalible Máximo Atleta.

Pero las cosas han ido cambiando y los muros se han ido agrietando. Ser atleta en Cuba ya no tiene el prestigio de antaño, las motivaciones se han perdido, ya ni el bloque socialista existe y para obtener bienes de consumo hacen falta dólares y no triple saltos. Ya no hay nada que promover y ni siquiera el Deportista en Jefe se encuentra en activo en estos días. Jinetear a un extranjero o a un pariente en Miami resulta más beneficioso que agotadoras jornadas de entrenamiento.

El edificio se ha ido cayendo, ya se va derrumbando. Los atletas huyen en desbandadas. Incluso los que no pueden decir (como los peloteros), que lo hacen para avanzar profesionalmente, porque los jugadores del popularísimo Hockey sobre césped deben saber que no existen ligas profesionales rentables de ese deporte en este país, y que si no tienen una carrera académica, su futuro está en los grandes parqueos de Miami o en las compañías que proveen seguridad a los negocios y viviendas.

Ya es hora que se olviden de los delirios de grandeza. Cuba no puede compararse con Estados Unidos ni con Canadá, sino con Colombia, Venezuela, Argentina y el resto de Latinoamérica. El deporte volverá a ser, con el tiempo y cuando las cosas de verdad se normalicen, lo que fue. Los mejores atletas serán los que participan en deportes de apoyo masivo y habrá alguna que otra excepción. Habrá que rehacer una vez más el panorama deportivo de la isla. Los deportes van a tener que justificar su financiación siendo lucrativos. En fin, serán verdaderamente representativos del país.


Roberto Madrigal

Monday, July 6, 2015

Dos libros, una época


Trabajo me costó conseguir ambos libros. Según he leído y me informaron quienes me ayudaron a conseguirlo, las ediciones estaban agotadas y eran difíciles de conseguir hasta en el mercado negro habanero. Se trata de El 71. Anatomía de una crisis, del investigador literario Jorge Fornet, y La noria, novela del narrador y articulista Ahmel Echevarría.

El libro de Jorge Fornet (1963), recibió el Premio Anual de la Crítica de 2014. Su temática se centra en las consecuencias culturales que tuvieron el famoso “caso Padilla” y el Primer Congreso de Educación y Cultura. El autor trata de limitar el análisis de los hechos al mínimo y se dedica mayormente, lo cual reconoce en el prólogo, a recopilar mucho de lo aparecido en la prensa nacional e internacional durante ese año. Por supuesto, es inevitable que tenga que dar saltos alrededor de la fecha.

El libro está bien investigado y narrado con fluidez. Es un libro importante para los estudiosos del periodo y de la política cultural de la revolución cubana. Para quienes viven en la isla, ofrece gran cantidad de datos que nunca antes estuvieron disponibles para consumo local. Para quienes vivimos en el extranjero, no añade ningún dato de importancia, aunque tiene el mérito de compilar mucha información que resultaría difícil de consultar.

Hay muy poco atrevimiento en esta obra. No se puede olvidar que su autor es el director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, por lo cual esta obra no hubiera visto la luz sin la aprobación oficial. A la larga, las intenciones se le ven en el hecho de que, sin mucha explicación, establece que el oneroso discurso ya conocido como Palabras a los intelectuales, es un documento consensual que dio unificación a la cultura cubana en la década de los sesenta. Esto le permite osar concluir que a su vez, las palabras del propio Fidel Castro en el Congreso de Educación y Cultura de 1971, fueron provocadoras de la ruptura con los intelectuales de izquierda de América Latina y Europa Occidental, y que ocasionaron “el estancamiento de la cultura cubana” en los años siguientes. A ello atribuye como causa, el fervor revolucionario de Fidel Castro.

Por otra parte, el otro objetivo del libro es atacar de forma bastante directa las posiciones de Mario Vargas Llosa y de otros intelectuales de la época. En realidad, aunque útil, el libro no capta el espíritu de la época. Para ello, es mejor referirse a Política y polémica en América Latina. Las revistas Casa de las Américas y Mundo Nuevo de Idalia Morejón Arnaiz, un libro mucho más analítico.

Con La noria, Ahmel Echevarría (1974), ganó el Premio de Novela Italo Calvino 2012 que se concede en Cuba. Anteriormente había ganado el premio David de cuento con Inventario (2004), el Premio Pinos Nuevos de narrativa con Esquirlas (2005), el Premio Franz Kafka de Novelas de Gaveta que se concede en la República Checa 2010 con Días de entrenamiento y el Premio José Soler Puig de novela 2012 con Búfalos camino al matadero.

El autor, que no había nacido cuando sucedieron los hechos que estudia Fornet en su libro, trata de captar el espíritu de la época mediante una interesante narración sobre un escritor homosexual que fue castigado en 1971 por escribir una novela que las autoridades culturales consideraron como una afrenta.

La trama se va tejiendo a través de una mezcla borgesiana de personajes reales y personajes inexistentes. Incluso hay incluida una supuesta correspondencia de Julio Cortázar y fragmentos de citas de un crítico también homosexual, que es una especie de alter ego del personaje central y del cual al final, al igual que a todos los personajes reales, se cita toda una bibliografía. Su combinación de lo real y lo ficticio es convincente y uno de los mayores logros novelísticos de Echevarría.

La obra llega a su clímax tras contar una relación homosexual entre el personaje central y un hombre más joven que puede que sea un agente de la seguridad del estado, y una persecución que se establece una vez que el escritor, tras años sin escribir, decide reanudar su carrera. Con esto, Echevarría logra con efectividad trasladar los miedos de aquel entonces, hasta nuestros días. La represión que a veces no se ve pero que siempre se siente y la impunidad del represor, siempre acechante.

A pesar de que la novela utiliza una estructura y un estilo nada ortodoxo, se construye como una narración ágil, que mantiene el interés del lector de principio a fin. Echevarría capta perfectamente el espíritu del interminable “quinquenio gris”.

Mientras Fornet recopila datos con disciplina investigativa para mostrar que el año 1971 no fue más que un momento de crisis de un proyecto cultural bien encaminado, algo ya rectificado, que causó efectos negativos en la cultura cubana, pero que no es más que una aberración del sistema y no una consecuencia lógica del mismo, Echevarría lo entiende como una época que, si bien ha perdido un poco de su garra, se mantiene viva en espíritu y temible aún.

Es la diferencia entre el funcionario y el novelista. Entre la manipulación de la realidad y el poder de la imaginación.


Roberto Madrigal