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Saturday, October 31, 2015

De oleadas migratorias


¿Son muy diferentes entre sí las varias oleadas de cubanos que llegan a Estados Unidos huyendo del castrismo? Sí…y no. Al menos, por 56 años ya, todas tienen la misma causa de fuga.

La primera oleada, llámesele exilio histórico o cualquier otro nombre, ciertamente estaba constituida mayoritariamente por las clases más educadas y de más riqueza. Profesionales, artistas, banqueros, pequeños comerciantes, periodistas, músicos, grandes hacendados y políticos influyentes componían este grupo, junto con un menor porcentaje de obreros y campesinos. Llegaron masivamente a unos pantanos casi desiertos y prácticamente de la nada, gracias a su número y a sus habilidades, levantaron una ciudad. Tenían una ventaja: habían vivido en el capitalismo y conocían lo que era participar en una sociedad competitiva.

Abogados se convirtieron en profesores de español, políticos en funerarios, médicos en limpiapisos y así muchos tuvieron que reinventarse, aunque hubo un gran número de profesionales que continuaron trabajando para las compañías que los habían contratado en Cuba y otros que pudieron volver a ejercer sus profesiones y oficios anteriores. Hubo antiguos asesino y delincuentes entre este grupo también. La gran mayoría pensaba que regresarían a Cuba pronto y que recuperarían la Cuba que habían dejado. Su anticastrismo era viral.

Salto a la oleada del Mariel. Una emigración manipulada en la cual el gobierno cubano incluyó un gran número de delincuentes comunes. En Cuba el totalitarismo estaba bien consolidado y este grupo (al cual pertenezco), no tenía el menor interés en regresar. Todavía llegaron artistas, profesionales, periodistas y músicos, pero ya no banqueros ni hacendados. También empezó a llegar una gran cantidad de obreros y campesinos menos calificados y bastante lumpen. Esa fue la etiqueta que se nos dio, a pesar de que nuestro anticastrismo también era viral.

Por muchos años fuimos menospreciados, rechazados por una gran parte de la oleada anterior, siempre considerados sospechosos, poco confiables políticamente y delincuentes. A ello contribuyó que el esquema para lograr el enriquecimiento fue el tráfico de drogas. Hay que añadir que muchos de los que entraron en ese comercio ilícito estaban apadrinados por miembros de la oleada anterior.

Otro salto (en definitiva esto no es un estudio sociológico, sino una especie de observación), esta vez a los que han llegado en los últimos veinte años. Es una oleada que no se detiene. La politización del totalitarismo se ha resquebrajado en Cuba, por lo tanto este grupo está menos politizado. También las circunstancias de la isla han cambiado y el ir y venir se ha convertido en rutina. Llegan menos profesionales, menos artistas, menos escritores y menos fuerza de trabajo calificada, pero más obreros y campesinos y también una gran cantidad de individuos que dadas las circunstancias en la isla, no están acostumbrados a trabajar.

El camino de preferencia a la riqueza rápida escogido por algunos de esta oleada, es la estafa al gobierno federal, ya sea a través de falsificaciones al Medicare, el abuso de la ayuda federal o la participación en otros esquemas fraudulentos. A este grupo se le critica la falta de anticastrismo, se les acusa de morder la mano que los alimenta, de gente de baja catadura moral y una larga lista de apodos derogatorios.

Pero lo cierto es que la sociedad americana humilla (en la mejor acepción de la palabra, o sea, reduce la altivez) y absorbe al inmigrante. A la larga, los verdaderos delincuentes se van desgajando y la inmensa mayoría se va adaptando y aprende a ganarse la vida de la forma que se acostumbra en una sociedad cívica. Es cierto que mientras más tiempo se pasa bajo el castrismo, más se esclaviza la mente y se adapta a la falta de perspectiva, a la desilusión económica, al miedo a expresarse y al pesimismo existencial, pero poco a poco, se van acomodando al nuevo sistema. No se puede olvidar que la criminalidad es el precio que hay que pagar por la democracia.

Existe hoy una nueva dinámica en las relaciones entre quienes viven en la isla, los que viven aquí y los que van y vienen. La esclavización de la mente en este caso es reducirlo todo al dualismo castrismo-anticastrismo, de manera estrecha, porque tal parece que todos obedecemos órdenes de La Habana con esta obsesión. En definitiva, la vida está llena (y dominada) por los cambiacasacas.

En todas las oleadas han llegado seres despreciables, desde esbirros del antiguo sistema hasta altos miembros de las fuerzas represoras de Castro. Nadie puede saber si están arrepentidos o no (yo pienso que no, en su mayoría), pero da lo mismo. Más allá de poses soberbias y del uso de un lenguaje a veces incendiario y grandilocuente, el exilio se caracteriza por la tolerancia (algo que nos han querido negar).

No se trata de recurrir a la palabrería vacua de reconciliación, olvido, dignidad y mucho menos de “todos somos humanos”, en definitiva, hay muchos “seres humanos” que nunca debieron existir y no se puede negar que el odio, la violencia y la traición son atributos muy humanos. Tampoco se trata de dejar de luchar y defender los principios de cada cual. Siempre he tenido muy claro quiénes son mis enemigos y lo serán hasta el día que me muera. Lo que sucede que tantas generalizaciones, sospechas, críticas y odios gratuitos, de seguir desentendiéndonos entre oleadas y generaciones, se diluye en la mezcla equivocada el sentido de hacia dónde deben realmente encaminarse nuestras furias.


Roberto Madrigal

Thursday, October 8, 2015

Audacia en Estocolmo


Más allá de los méritos (o falta de los mismos) de sus ganadores, los premios Nobel de literatura se han concedido, con dos excepciones, a dramaturgos, poetas y escritores de ficción. Las excepciones hasta ahora, habían sido Sir Winston Churchill y Earl Bertrand Russell. Por lo general se ha concedido a escritores reconocidos, en su mayoría ya pasados de lo mejor de su carrera, pero que a pesar de las discusiones sobre las injusticias con respecto a los no premiados, eran escritores de peso. Ahí tenemos a Vargas Llosa, García Márquez, Hemingway, Paz, Camus, Eliot, Hesse, Neruda, Faulkner, Mann, Tagore y tantos otros de trascendencia innegable. Es cierto también que otros premios han sido concedidos a escritores menores como Mommsen, Pontopiddan y toda una serie de escandinavos mediocres que solo Suecia podía premiar.  Eso para no mencionar las omisiones obvias como Fuentes, Borges, Proust y Joyce para no seguir con una lista interminable.

Pero este año la fundación Nobel ha hecho una selección osada que rompe su propio molde desde muchos ángulos. No solamente han premiado a una periodista sin obra estrictamente “literaria”, sino que han premiado a una perseguida política y a una escritora (y considero el periodismo escritura) inclasificable respecto a los nacionalismos culturales que los totalitarismos tratan de imponer en la era global.

Svetlana Alexiévich nació en Ucrania en 1948. Su padre era bielorruso (y militar soviético) y su madre ucraniana.  Se repatriaron a Bielorrusia, cuando el padre fue desmovilizado y regresó, al igual que la madre, a su profesión de maestro rural, poco antes de que Svetlana comenzara la escuela primaria. Aunque hizo sus estudios universitarios y trabajó como periodista principalmente en Bielorrusia, escribió y escribe, en ruso, que era el idioma obligatorio en todas las repúblicas soviéticas.

Su tema central es el mundo soviético y post-soviético, sobre todo sus fisuras. Ha escrito sobre el desastre de Chernóbil (Voces de Chernóbil), sobre los efectos del fracaso de la guerra soviética en Afganistán (Los chicos de cinc), sobre los individuos que cometen suicidio porque no pueden adaptarse a la pérdida de la Unión Soviética (Cautivados por la muerte) y sobre el desdeño oficial al papel de la mujer en las guerras (La guerra no tiene rostro de mujer). Su estilo es documental y trata de no adornar los testimonios de quienes entrevista porque cree que lo mejor es presentarlos en sus propias voces.

Su obra fue censurada en la Unión Soviética y no fue publicada hasta la llegada de la Perestroika. Es censurada en Bielorrusia, donde gobierna Alexander Lukashenko, un dictador post-soviético de corte estalinista que no permite que las editoriales estatales publiquen su obra. Es además criticada por otros intelectuales oficialistas bielorrusos porque escribe en ruso y Lukashenko tiene gran interés en restaurar el lenguaje bielorruso y los temas locales para imponer un nacionalismo provinciano que le permita controlar mejor la producción literaria.

Desde el 2000, ha vivido en Paris, Gotemburgo y Berlín. En 2011 regresó a Minsk pero se ha ubicado de nuevo en Alemania. Sus primeras declaraciones tras obtener el Nobel fue denunciar la invasión de Putin a Ucrania. En 2005 ganó el National Book Critics Circle Award por su libro sobre Chernóbil, en 2011 recibió en Polonia el premio Kapuscinski por sus reportajes literarios y en 2013 el premio Médicis por su obra El fin del hombre rojo.

Este Nobel al periodismo, a la disidencia antitotalitaria y a la lucha contra la censura es un acto de audacia de la fundación sueca. Se lo han dado por la “polifonía de sus voces”, lo cual es, además, un reconocimiento al escritor global y a la individualidad de la obra literaria y la excepcionalidad del autor. Ya llegarán pronto protestas de los oficialistas bielorrusos, pues al premiarla la han nombrado como escritora bielorrusa. Así se define ella, aunque es obvio que trasciende las fronteras nacionales con su obra y sus intereses.

Es algo que debemos pensar los cubanos, divididos por el absurdo concepto de las dos orillas, creado en la isla por la burocracia cultural y que aún sigue vivo desgraciadamente en ambas orillas, en donde la autenticidad se mide por la fidelidad a los límites geográficos y los temas nacionales o a la simple oposición a los mismos y la calidad literaria se juzga en base a la condición política.

Con esta decisión insólita de premiar a Svetlana Alexiévich, el Nobel ha reafirmado, entre otra cosas, que el escritor, no pertenece a nadie en particular, sino a los lectores que sepan apreciar el valor de su obra, no importa donde estén, ni a dónde van ni de dónde vienen. El escritor solo se debe a sí mismo, a su visión estética y a sus intereses que, por supuesto, pueden tomar diversas formas.


Roberto Madrigal