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Saturday, November 21, 2015

¿La descomposición de la cultura occidental?


Hace muchos años, a principios de los ochenta, en medio de una difícil situación financiera, me llegó una misteriosa pero bendita llamada telefónica. Unos árabes (no sé de dónde), residentes en Chicago, querían hacer una nueva edición bilingüe de El Corán, en inglés y en español, y yo resulté ser el escogido para traducir y editar.

Me quedé muy sorprendido. Les dije que, por supuesto, yo no sabía ni una gota de árabe, pero me dijeron que eso no era ningún problema. Me enviaron un ejemplar de la versión española de Plaza & Janés y varias ediciones en inglés. Les riposté que en el mejor de los casos podía cotejar y quizá mejorar lo ya traducido basándome en mi conocimiento de la lengua inglesa (y de la española), pero que sería una obra algo bastarda, ya que sería una traducción de traducciones. No les importó.

Me hicieron una oferta que no podía rehusar y hasta me enviaron un generoso cheque de adelanto, con lo que resolví muchos de los problemas que me agobiaban. Me leí todas las ediciones que me enviaron y tras un mes de trabajo, los llamé al teléfono que me habían dado y estaba desconectado. Nunca más recibí noticias de ellos. La suma que me habían pagado recompensaba de sobra el mes dedicado a leer los textos. Entonces me lamenté de no haber concluido mi trabajo pero a la luz de los hechos que se han desarrollado en los últimos quince años, me alegro. Estaría preso o bajo vigilancia ahora. Jamás supe la razón por la cual me escogieron ni por la cual desaparecieron. Todavía poseo cuatro de las cinco ediciones que me enviaron. Regalé una.

Con lo anterior quiero decir que, aunque no soy ni de lejos un experto en islamismo, he leído El Corán más veces que muchos estudiosos. Cualquier texto religioso puede interpretarse de muchas maneras. Todos tienen en común que el paraíso no es para todos y que llegar a El exige sacrificios. En alguna parte todos llaman a la destrucción de los infieles, pero El Corán, lo hace más que ninguno. No creo que el islam sea una religión de paz, aunque la inmensa mayoría de sus practicantes sean gente decente y pacífica.

Tampoco creo que sea, y esta es una opinión muy personal, una religión “oriental”. Creo que se circunscribe muy bien dentro de la tradición occidental, es un derivado del judaísmo y el cristianismo. De tan derivado que es me parece una aberración, pero cientos de millones de islamistas me argumentarán lo contrario. No me importa, mi opinión no va a cambiar, pues creo que es un marginalismo del cánon occidental.

Los valores de la cultura occidental han estado haciendo implosión desde la Primera Guerra Mundial, y tras la Segunda Guerra Mundial, sus creadores y promotores cedieron, a regañadientes, el control de la misma a los Estados Unidos, considerado por los europeos como unos campesinos advenedizos. Los totalitarismos nazistas, fascistas y comunistas se encargaron, por más de cincuenta años de resquebrajar la médula de la civilización judeo-cristiana. Por muchas décadas el asalto a la cultura occidental fue interno, fueron disputas entre facciones autóctonas.

Cuando se cayó el Muro de Berlín en 1989 también se cayó el muro de contención que existía en el Cercano Oriente y en Africa  para evitar el despliegue descontrolado de los conflictos étnicos y religiosos que subyacían bajo la forzosa unidad anti-colonialista, pero obediente de los valores judeo-cristianos que se respetaban en razón de una lucha bajo principios ideológicos. Se tambalearon los baazistas en el mundo árabe y los gobiernos seudo-democráticos de corte occidental en el Africa.

Tras varios errores estratégicos, como la invasión rusa a Afganistán y la americana a Irak, ahora tenemos a Al Qaeda, a Hezbolá, a ISIL y a Boko Harum. Todos, a su manera, han desatado un desafío terrorista al mundo occidental, pero no estoy seguro que a sus valores culturales. Enarbolan la religión para mover a las masas como los candidatos republicanos lo hacen con los cristianos fundamentalistas (solo que estos últimos, hasta ahora, sin violencia).

Los recientes atentados terroristas al Líbano, al avión ruso, a París y ahora a Bamako, deben ser todos condenados, sin tapujos, como lo que son. Cobardes actos terroristas. No hay excusas, ni se puede minimizar la importancia de unos por la cobertura de prensa de otros. Todos los terroristas son, en el peor de los casos, cobardes, porque la emprenden contra civiles inocentes y desarmados, y en el mejor de los casos, son autodestructivos, porque se inmolan de forma delirante.

Two wrongs don’t make one right se dice en inglés, y es cierto, no importa que París reciba más cobertura que Bamako, eso no hace a París menos trágico, pero no nos hagamos los inocentes, Paris nos importa más que Bamako. Puede que sea muy injusto, pero es la realidad.

Además, si atacan París, y nótese que Malí y Líbano fueron colonias francesas, es porque Francia es la madre del secularismo moderno y el único imperio que exportó, aunque sea solo a las clases dominantes en sus colonias, un estilo de vida, un savoir faire que ni ingleses ni españoles ni alemanes ni belgas intentaron. Francia es una afrenta a cualquier movimiento de fundamentalismo religioso.

El occidente no descendió con sus valores democráticos sobre sus colonias. Imperó el pillaje, pero eso no disminuye en nada los valores que se han reservado para sí mismos. Puede que sea discutible que sean valores universales, pero son los valores que cuando se respetan, funcionan y fundamentan a los países más desarrollados del planeta y donde la gente vive mejor, incluyendo un país tan oriental como Japón, que hasta hace unos cien años consistía en unas islas bien aisladas del resto del mundo.

Me molesta cuando los liberales aceptan el exceso de relativismo cultural. Por una parte quieren exportar los valores de la democracia que nos vienen desde los griegos, pero por otra hablan de una absurda tolerancia (qué palabra tan paternalista y condescendiente), pretendiendo que hay que aceptar y darle cabida en nuestra sociedad a las creencias de otros.

No se equivoquen, yo soy el primero que pienso que debemos aceptar (no tolerar), las creencias diferentes a las nuestras. Cada cual debe ser libre de creer en lo que le parezca más afín. Pero si nuestra cultura, que incluye logros económicos, políticos y sociales, se fundamenta en una médula judeo-cristiana, no se puede permitir que valores antagónicos tomen un papel hegemónico en nuestra sociedad. Los otros pueden coexistir, pero no dominar.

Sí creemos que no nos debemos rebajar y actuar como nuestro enemigo, quiere decir que creemos en la universalidad de nuestros valores. Si es así, entonces hay que defenderlos. El enemigo no son los refugiados árabes, ni los musulmanes de Europa. El enemigo consiste en organizaciones que captan fanáticos y frustrados para sus propósitos y que son liderados por individuos instruidos y educados en los valores occidentales. No debemos olvidar que los responsables del 11 de septiembre eran mayoritariamente saudíes y entraron legalmente por Canadá.

París no es solo la Torre Eiffel y el Arco de Triunfo, es también los arrabales miserables de árabes y africanos sin posibilidades de mejorar su situación económica y que luego resulta la carne de cañón de la cual se nutren los terroristas. Hay que atacar a los terroristas en varios frentes.

Una respuesta militar medida, es necesaria. Pero también hay que modificar los impedimentos que hacen que las nuevas minorías, sobre todo las segundas generaciones, se queden en las márgenes del desarrollo social y económico de los países a los cuales emigran en busca de una mejor vida.

Es hora de desplegar los valores democráticos con firmeza y con justicia. Sin racismos ni soluciones extremas. Si nuestros valores, cuando se respetan, funcionan, en consecuencia, esos grupos étnicos se asimilarán a ellos. Entonces, el enemigo ante el despliegue militar y verdaderamente cultural, se asustará. Es una guerra ardua y larga, contra un enemigo difuso, pero no hay que asustarse, hay que mantener las convicciones sin acudir a extremismos ni a soluciones simplistas. No podemos sacrificar nuestro estilo de vida ni nuestras libertades.


Roberto Madrigal

Tuesday, November 17, 2015

Carta de despedida al Abicú


Por Orietta Madrigal

Querido Jorge:

Es difícil tratar de resumir en pocas palabras, cuando hay tantas que decir…, sé que ya no llegarán a ti, pero quiero, despedirte compartiendo con todos los que te quisimos, algunas de mis memorias que mejor definen el gran ser humano que fuiste.
Durante casi treinta años de amistad, son muchos los recuerdos que vienen a mi mente, hasta llegar a las largas conversaciones telefónicas, donde compartíamos opiniones y otras veces discutìamos -imposible dejar de hacerlo contigo- de cualquier tema, desde cómo hacer frituras de carita en Colonia, hasta los asuntos de actualidad más recientes, pasando por política, literatura, cine, y por supuesto comentar acerca del maravilloso clima de nuestras ciudades…   
Siempre supe que fuiste un hombre íntegro, excelente padre, hijo y un amigo sincero. Por ello no me sorprendió, que siendo miembro del partido comunista, te atrevieras a confrontar el régimen castrista, encabezando un documento, que de hecho, te convertían en un enemigo de la revolución, y sabías, que por ello, tendrías que asumir fatales consecuencias. Se necesitaba valor y honestidad para dar un paso así y tú lo diste…
Y ni las represalias ni las amenazas de encarcelarte, como finalmente sucedió, te amedrantaron en tu decisión de defender los principios que sentiste traicionados, y a los que te habías entregado desde muy joven, como alfabetizador, soldado y miembro del partido comunista.
Pero fue la anécdota que me contaste cuando me visitaste en Cincinnati, lo que me ratificó, no sólo tu valentia, sino también tu agudo sentido del humor, que muchas veces utilizabas para desarmar hasta el peor de los enemigos, como el día que, al regresar a tu casa -despues que leíste en la UNEAC el documento firmado junto a otros intelectuales-, te estaban esperando un grupo de hombres. “… querían aparentar que eran mis vecinos del barrio que, venían a enjuiciarme por traicionar a la revolucion, pero desde que los vi, supe que eran de la Seguridad y cada golpe que me dieron, sabía a que parte de mi cuerpo estaba dirigido. Me cayeron encima, hasta que me caí al piso, y en eso llegó la policia. Me montaron en un carro y cuando me bajaron en la estación de policía, apenas podía mantenerme en pie. No  sé de donde saqué fuerzas, pero logré pararme sin ayuda, y con una sonrisa de oreja a oreja, les dije: “Nada, no pasa nada! El negro no tiene ná, caballero … y entonce…?”*
 Siempre fuiste valiente, cuando te golpearon, cuando te encarcelaron, cuando tuviste que afrontar desde la prisión la pérdida de tu querida esposa, y quizás la más dura de todas, la separación de tus queridos hijos, por los que estabas dispuesto, como decías, a traducir lo que que te cayera, por tedioso que fuera, con tal de mandarles unos kilos a Cuba.
También te las arreglaste para sobrevir al frío exilio alemán, que gracias al amor y apoyo de tu querida Ana te fue mas llevadero en esa ciudad. La misma que por esos misterios insoslayables de la vida, te sentiste atraído desde que eras un niño, y tu tío favorito te contaba acerca de una lejana ciudad llamada Colonia. “…donde las aguas del río y los manantiales embriagaban con sus perfumadas aguas.”
Y paradojicamente allí llegaste, a vivir y a morir, y no precisamente embriagado por el perfume de sus aguas…
Ya, por último no puedo dejar de decirte que siento profundamente no estar en tu funeral, como te había prometido aquella vez que me llamaste, y medio en broma, me dijiste que que sólo querías que unos pocos estuvieran, y yo era una de ellos.
Desafortunadamente, no podré estar allì y tampoco ya tengo tiempo para decirte cuanto te admiré desde siempre.
 Pero, si de algo estoy convencida, es que si pudieras pararte de donde estás, seguro que volverías a hacer lo mismo que aquella vez, y con tu sonrisa de siempre, nos dirías a todos, amigos y enemigos:
“ El negro no tiene ná, caballero!, y entonce …?
Tendrá que pasar mucho tiempo, para olvidar a un abicú, como tu…

Orietta.

*Tema popular de Los Van Van en los años 90

Sunday, November 15, 2015

Adiós al Abicú


Ayer quería escribir algo sobre lo sucedido en Paris, pero en eso me llegó una mala sorpresa de carácter más personal. Me enteré de la repentina muerte de Jorge Pomar. Con los años, las muertes de los amigos se vuelven más dolorosas y cercanas, sobre todo cuando uno vive distante de muchas de las personas por las cuales siente cariño.

No conocía a Pomar en Cuba. Sé que fue soldado en Angola y militante del Partido Comunista, un pasado que nunca ocultó pero del cual no se sentía particularmente orgulloso. Fue su honestidad la que lo fue separando de todo aquello porque Pomar, ante todo, era un hombre honesto y de opiniones firmes.

Su visión política lo llevó a incorporarse a la disidencia. Firmó la “Carta de los diez” junto a
María Elena Cruz Varela, Raúl Rivero, Fernando Velázquez, Manuel Díaz Martínez, José
Lorenzo Fuentes y Manolo Granados, entre otros, ya que finalmente fueron mucho más de diez
los que firmaron y apoyaron el documento. De eso, tras continuar sus actividades opositoras,
fue a parar al presidio, del cual salió por una gestión personal del Premio Nobel alemán
Günther Grass.

Como era germanista, fue a parar a Alemania, en donde entre otras tareas se desempeñó como traductor para la cadena televisiva Deutsche Welle. Tuve el privilegio de ser su huésped en Colonia. Fue uno de los más espléndidos, atentos y generosos anfitriones que he tenido. Pude retribuirlo cuando me visitó en Cincinnati. Ambas fueron visitas inolvidables.

Pomar abrió su blog El Abicú Liberal y levantó muchas ronchas con sus opiniones. Si algo nunca tuvo fue miedo. Discrepamos en muchas cosas, pero eso no afectó para nada la amistad. De hecho, muchas de las opiniones que le discutí, se han probado a la larga que él estaba en lo cierto y yo errado.

No es mi intención elaborar un detallado resumé de su carrera, sino solamente despedir al amigo en su sorpresiva y repentina partida. Después que cerró el blog hizo un retiro virtual. Apenas se sabía de él. Mandaba mensajes crípticos de cuando en cuando, por correo electrónico o por Facebook. No sé aún de que murió allá en la ahora lejana Colonia, si de tristeza o de demasiadas cervezas y carnes procesadas. Da lo mismo. Recibe mi triste adiós, amigo, aunque creo que es demasiado tarde para que me escuches.


Roberto Madrigal