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Thursday, March 17, 2016

Beaker Street


No sé decirles cómo fue, ni exactamente qué pasó. Uno se cree que siempre va a recordar los momentos importantes de su vida, pero en realidad lo difícil es dilucidar en su momento si este tiene importancia.

Ocurrió, ahora que lo recuerdo, en algún lugar de la prehistoria de las comunicaciones. Mucho antes de que existiera el mundo virtual, o las comunicaciones vía satélite. Ni siquiera, al menos en nuestro mundo, existía la frecuencia modulada. Pero una noche, ya algo tarde, poco después de que dieran las diez, a finales de 1966 o principios de 1967 (como les digo, el recuerdo del comienzo es vago), en mi viejo radio Zenith, solamente con frecuencia AM, cuando las emisoras cubanas perdían potencia, se coló una emisora americana, de un lugar que parecía tan distante como otra galaxia, Little Rock, con unos espectrales sonidos de fondo que sugerían una nave espacial perdida más allá del sistema solar.

La emisora era KAAY, el programa se llamaba Beaker Street y el disc jockey, que se nombraba Clyde Clifford, tenía un hablar pausado, como alguien en estado avanzado de embriaguez, anunciaba que este era: “Beaker Street, un servicio de música underground que ofrecía KAAY desde Little Rock, Arkansas”. Aquella primera irrupción (de la que cada cual tendrá su recuerdo particular), comenzó una larga fiesta referencial nocturna para los roqueros cubanos, fueran músicos, fanáticos o simplemente diletantes.

La voz corrió rápido y las calles habaneras quedaron vacías de pepillos a partir de la diez de la noche. Los que tenían radios se quedaban en sus casas y los que no tenían, se iban a visitar a quienes los tenían, para reunirse allí hasta que el programa terminara ya entrada la madrugada. Esos aquelarres de melenudos, sazonados con alcohol, eran un dolor de cabeza diario para los miembros de los Comités de Defensa de la Revolución.

Al día siguiente, el programa era tema obligado en los patios de las secundarias básicas y los preuniversitarios. Hasta ese momento, estábamos limitados a oír, en placas clandestinas o en viniles que traían quienes podían viajar o tenían un pariente que lo hacía, música de los Beatles, los Rolling Stones, los Dave Clark Five, los Bee Gees y otros grupos populares y de atractivo comercial, que también se escuchaban por el día en las emisoras de Miami que entraban con facilidad como WQAM primero y WGBS después. Pero aquí se nos abría todo un universo inesperado.

Era el rock psicodélico, al cual indistintamente llamábamos rock underground, rock sinfónico o rock ácido. Caminando por Beaker Street, que transmitia álbumes completos, canciones interminables y todo sin interrupciones comerciales, nos llegaron, entre otros, Traffic, Pink Floyd, los Yardbirds, los Moody Blues, Grateful Dead, Electric Prunes, Frank Zappa and the Mothers of Invention, Jefferson Airplane, los Doors, Big Brother and the Holding Company, Donovan, King Crimson, Cream, The Jimi Hendrix Experience y Janis Joplin.

No entendíamos mucho, aunque nos creíamos que nos la sabíamos todas. Pero de ahí, nuestros intereses culturales se ampliaron a otras áreas como la literatura y el cine, ya que aquello nos ponía en contacto con Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs, Ken Kesey y todo el movimiento de la contracultura americana, así como a las figuras de Aldous Huxley y Arthur Koestler. Nos empezamos a imaginar las películas de Polanski (una especie de nuestro héroe existencial pues vimos en Cuba su Cuchillo en el agua y después supimos que se había exilado) que no veíamos, como Rosemary’s Baby y las todavía más míticas The Shooting, Ride in the Whirlwind y Easy Rider, por ser del movimiento underground que solamente se nos permitía imaginar.

De repente nos sentíamos muy importantes, porque guardábamos un secreto a voces que nos hacía poner en peligro nuestros estudios y nuestro futuro. Ya éramos más conocedores de “la música del enemigo” y disfrutábamos el efecto bueno que tiene la censura en el censurado, ya que le da importancia al considerarlo como enemigo peligroso. Eso nos llenaba de orgullo. Un arrebatado le escribió a Clyde Clifford y a partir de una noche, todos los días escuchábamos su saludo: “Greetings to the Cuban audience”.

No que fuera fácil, muchos en realidad perdieron su futuro y su libertad por el simple hecho de escuchar esta música y perseguir la literatura de la contracultura americana. Ahora puede que uno mire con nostalgia acaramelada, pero entonces, para unos jóvenes ingenuos, muchos ni siquiera mayores de edad, las consecuencias fueron funestas. Eramos, en realidad, rebeldes sin causa, pero fuimos encausados.

No sabía entonces, lo supe mucho después, que Clyde Clifford se llamaba verdaderamente Dale Seidenschwarz, ni que la música de fondo que acompañaba al programa era la compuesta por Henry Mancini para la película Charade una de las pioneras del movimiento psicodélico. Me imaginaba, aunque no estaba seguro, que el nombre Beaker era una alusión al LSD, a ese vaso de precipitación que se usa en los laboratorios químicos y en el cual se preparaba esa droga.

Ya a principios de los setenta, nos enteramos, en las semanas finales del programa, que Guillermo Cabrera Infante había escrito el guion de un filme psicodélico, Wonderwall (1968) del cual la música era de George Harrison, y nos sentimos aún más cómplices de la psicodelia.

Beaker Street terminó su primera y fundamental etapa en 1972. Clyde se fue de ahí y otros continuaron con menos éxito y ya ni le hicimos caso. En los noventa, Clyde Clifford, ya oficialmente para todos Dale Seidenschwarz, reinició el programa en formato diferente y una vez a la semana. La última emisión de Beaker Street fue el 17 de febrero de 2008.

Ahora que todos van y que los Rolling Stones, de quienes Beaker Street transmitió principalmente The 19th Nervous Breakdown y Paint It Black, sus canciones más psicodélicas, están al dar un concierto gratis en donde antes estuvieron prohibidos, me vinieron a la mente estos recuerdos, que ahora los puedo digerir con agradecimiento, pero que entonces me abrían pasadizos prohibidos y un entendimiento peligroso. Beaker Street, sin proponérselo y sin saberlo, nos llevó a muchos a transitar, dando palos de ciego, por una cultura que se nos negaba y se nos presentaba como satánica. Nos conminó a enfrentar un desafío necesario. Si esta noche cierro los ojos y pienso en entonces, solo veo una noche cerrada y una sensación de mucho miedo.


Roberto Madrigal

Monday, March 7, 2016

Conmiseración por el diablo


But what’s puzzling you
Is the nature of my game, oh yeah, get down, baby.

Con cincuenta años de retraso llegan a La Habana “Los chicos malos del rock and roll”, ahora convertidos en “Los ancianitos malos del rock and roll”. Todo un espectáculo para arqueólogos y especialistas en momias vivientes.

De longevidad probada, hasta hace diez años los Rolling Stones fueron la única banda de los años sesenta que se mantuvo componiendo canciones nuevas para el gusto de la juventud y cuyas canciones llegaban a los primeros lugares del hit parade. Es probable que los grupos de pop y rock moderno están más influenciados por ellos que por los Beatles. Mick Jagger es el icono de la eterna juventud y de la rebelión adolescente. Maroon 5 tituló una canción “Got the moves like Jagger” y Kesha en “Tik Tok” dice que no acepta a ninguno de esos muchachos que le caen atrás y “les da una patada a no ser que luzcan como Mick Jagger”.

Pero eso fue en 2011, en los últimos cinco años, los enérgicos septuagenarios Stones originales (Ronnie Wood, el pichón de solo 68 años se sumó a la banda en 1975), han perdido mucho de su lustre. Ya no componen nada nuevo que valga la pena, sus giras, como las de las demás bandas de los sesenta, se dedican a repetir éxitos pasados (no se les puede criticar, después de todo, los compusieron ellos), meramente en busca de más dinero. Han pasado a ser parte oficial del establishment del glamour de las revistas del corazón.

Yo me alegro que vayan y toquen de gratis. Al menos le harán la noche a alguno de aquellos viejos roqueros a los que no se le permitió, por decreto gubernamental de la casta aún dominante, oírlos libremente. No creo que queden muchos fieles, la mayoría anda por estos lares, pero espero que los disfruten los que queden.

No tengo idea de cómo se hará para entrar. El hecho de que los presenten en un sitio cerrado me hace pensar que querrán controlar la entrada de sus súbditos y convocarán a todas las organizaciones de masa para que asistan ordenadamente y así minimizar la asistencia de los fieles roqueros. Porque por supuesto, los Stones han influenciado a muchas generaciones más jóvenes que la de los viejos roqueros aplastados por el sistema. Pero este tipo de espectáculo le da dolor de cabeza al Ministerio del Interior, siempre corre el peligro de que el vulgo se desate en algo imprevisto.

No sé, si yo aún viviera en Cuba (cosa que me cuesta trabajo imaginar), fuera a verlos. Fui de esa generación para la cual escuchar esa música era arriesgar los estudios, ser llamado al Servicio Militar Obligatorio, o a la UMAP y perder de por vida toda oportunidad de tener una carrera. A muchos les pasó. Para mí los Stones, asi como los Who, Led Zeppelin, Grand Funk Railroad, Buffalo Springfield, Beatles, Traffic, Cream y tantos otros, no solamente tenían la efervescencia del momento, sino el añadido encanto que les daba la censura. Me servían como definición ideológica y le daban causa a  mi rebeldía.

A estas alturas ya no me entusiasman. Los he podido ver aquí y no lo he hecho. No soy proclive a la nostalgia. Al menos en 1979 durante el Havana Jam, en el cual a pesar de todas las restricciones y controles pude colarme las tres noches gracias a los buenos oficios de un amigo entonces yugoslavo (ahora croata), Weather Report, John McLaughlin, Tony Williams, Jaco Pastorius y Billy Joel estaban aún en su mejor momento y mantenían su condición de censurados hasta ese día. Incluso fue un concierto rigurosamente vigilado. Hoy en día, aquí, prefiero ir a ver a The Black Keys, a Gary Cole Jr., a Alabama Shakes o a Linkin Park.

Quizá me molesta que los Stones vayan ahora cuando está de moda ir. Mucho después que Audioslave, un grupo americano y que por entonces, en 2005, estaba en pleno apogeo, tocara en el protestódromo, una plaza abierta más difícil de controlar (y como ejemplo  está el reciente concierto de Major Lazer y Diplo, aunque no son bandas de rock). Eso los hace un grupo más que se suma al barullo.

No creo, como piensan muchos exilados, que la ida (o no) de los Stones tenga ningún tipo de influencia en el destino del gobierno de los Castro. Ni que su concierto legitime nada (ellos están legitimados por casi sesenta años en el poder). Pienso, al contrario, que para el dictador sin discurso, el hombre que dirige ahora una satrapía sin épica, el hombre sin carisma, esta es una concesión necesaria para dejar que se escape un poco de frustración de las masas, para ahogar el descontento esta vez a ritmo de rock and roll. Es una suerte de derrota ideológica en un país en el cual la ideología funcionó como forma de represión y de la cual (de la ideología, no de la represión), ya queda poco. Visto así, el concierto es parte del sainete.

Quiero pensar que quizá por eso van Mick, Charlie y Keith, por esa inclinación que siempre han tenido de conmiserar a los tiranos del este (¿o a los oprimidos?), ya que tocaron en Varsovia en 1967 y se les negó presentarse en Moscú dos años después. Como expresaban, cuando eran Jagger, Richards, Watts, Wyman y Brian Jones: “So if you meet me/Have some courtesy/ Have some sympathy and some taste/…Use your well learned politesse/Or I’ll lay your soul to waste, mm yeah”.

Quizá esta vez los viejos roqueros que hayan podido llegar al espectáculo, piensen que los versos son dedicados al tirano y en su fuero interno sientan que se han desquitado, que finalmente se ha hecho justicia poética.


Roberto Madrigal